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¿eh? -Claudia trataba de serenar a su marido. A la media hora, los cuatro se retiraron a dormir siquiera un rato.

¡Qué mañana radiante la de aquel viernes! Totalmente propicia como para tranquilizar los ánimos más alterados.

¿Y el mar? Con el oleaje ideal para salir a dar vueltas con los dos kayaks.

-¡Primero yo con papi! -exclamó Greta, mientras se apresuraba a calzarse el salvavidas.

-¡Qué viva!, ¿eh? -se quejó Marvin.

El padre no los dejaba salir solos. La mamá, ni soñar con que iba a encerrar medio cuerpo en esa canoa tipo esquimal y a luchar contra las olas con la única asistencia de un remo.

Así fue como Greta y su padre se lanzaron al mar, cada uno en su correspondiente kayak.

Marvin decidió nadar un rato.

La madre se embadurnó con bronceador y se reclinó en una reposera,  de cara al sol.

De tanto en tanto, controlaba que sus tres deportistas anduvieran por allí,  con una mirada atenta.

Ya bastante alejados de la costa pero no tanto como para que pudiera considerarse una imprudencia, Greta y su papá disfrutaban del paseo,  sobre una zona sin oleaje.

Iban en fila india, a veinticinco o treinta metros de separación uno del otro.

De repente, Greta vio unos brazos que salían del agua y se aferraban a su kayak, como si quisieran ponerlo del revés.



¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora