EL GENERAL

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Las luces del amanecer comenzaban a impactar en las pupilas del general Napoleón, haciendo entrecerrar sus ojos ante la imponente arboleda que se resistía al paso indefectible del invierno, conforme avanzaba hacia el este. Destino, la ciudad de San Petersburgo. El canto de las últimas aves y la sutil brisa prometían un frio inexorable. A la diestra del general se erguía un manzano, que todavía conservaba algunos de sus frutos, tentación que no dejaría pasar y que con su mano derecha buscaría arrancar el preciado trofeo.

Al tomar la manzana no pudo dejar de apreciar que su piel era suave y el gusto, si bien era ácido, lo reconfortaba. De pronto una visión lo inquietó, eran soldados con trajes oscuros y el símbolo de la cruz esvástica en su uniforme, también con dirección a la capital rusa.

Había cañones y monstruos de metal que avanzaban impulsados por una especie de cadena que abrazaban sus ruedas. También llegó a divisar una cuadrilla de aves de metal, de cuyo interior salían bombas que al caer en la tierra producían grandes explosiones, olor a sangre recién derramada, gemidos de dolor que más tarde se transformarían en histeria. Todo lo visualizaba como una orgía de sonidos, destellos y aromas de un tiempo que presagiaban un futuro incierto.

Lejano en su mente escuchaba el llamado de su sargento que imploraba, vaya a saber a qué dioses, que recuperara la conciencia perdida. Al abrir sus ojos pudo verse tendido en la hierba de la campiña. Curiosamente ya no sentía el ruido de las bombas, el olor a pólvora y a la sangre derramada. Lejos estaban los gritos de dolor y el caos propio del campo de batalla.

-¿Que ocurrió, sargento? Preguntó con voz desafiante el General

-Ha sido una liebre Señor, cuando usted estiro la mano para tomar la manzana, el pequeño animal paso frente al caballo y lo asustó. Éste se paró en sus patas traseras y usted perdió el equilibrio, cayó al suelo y quedó inconsciente. ¿Cómo se encuentra?

-Solo un poco confundido, no sé si tuve una premonición o simplemente se trató de un delirio, lo único seguro es que debemos seguir adelante.

Montó en su caballo bravío y se dispuso a seguir la marcha, convencido ya de que su visión estaba lejos de ser un delirio, si no que por lo contrario podía tratarse más bien del preámbulo de una gran batalla que se avecinaba.

El GeneralWhere stories live. Discover now