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dejado su pueblo y le daba algo de temor que su mujer y sus hijos permanecieran solos en el nuevo lugar.

Fue la misma Cora quien lo animó.

Le aseguro'que ella se sentía -ya- bastante capaz de desenvolverse en la ciudad y -según decía- los días iban a pasársele volando, tan atareada como estaba.

-Pronto volveremos a reunirnos para las fiestas -le repetía a su marido.

Así fue como Eloy se despidió de su mujer y sus hijos y marchó rumbo al sur.

-Todos los sábados a la mañana vamos a llamar a papá por teléfono -les prometió Cora a Boris e Iván-.

Así nos enteraremos de cómo le va y -además- así les oye las voces a ustedes, ¿eh?

Durante varios sábados seguidos -después del viaje de Eloy- se los vio -entonces. a Cora y sus hijos saliendo de su casa bien tempranito.

Era largo el trayecto hasta la cabina telefónica desde donde podían comunicarse con el padre: caminata de varias cuadras hasta un paso a nivel, cruce del mismo por un sendero peatonal precariamente abierto y -por fin- otra fatigosa caminata hasta arribar a la ruta, por donde pasaba el colectivo que los llevaba al centro de la ciudad.

-Mamá, tengo ganas de hacer pis -le dijo Iván aquel sábado, no bien los tres habían llegado cerca del paso a nivel.

Cora buscó los arbustos de un baldío como improvisado baño de emergencia para su hijo menor.

Boris esperaba -juntando piedritas a su alrededor- cuando -de repente- un hombre apareció junto a su 

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora