XII

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El sol se está volviendo una distracción.

Estoy acostumbrada a él, sus rayos que alumbran nuestro día y calientan o no, dependiendo de la estación en que nos encontramos. Aunque no sólo a eso, claro está, después de todo, soy la gemela de Apolo, el dios del sol. Hace muchas eras, Apolo tomó esta bola de fuego y calor como su símbolo personal, así que estoy más que familiarizada con él y sus pormenores. Sin embargo, nunca me había fijado tanto en lo que enfoca.

O quizá, nunca me había importado lo suficiente alguien como para fijarme en algo tan banal.

Vuelvo la mirada hacia el frente para dejar de ser tan obvia, pero rápidamente las palabras del profesor me dejan de importar cuando por la periferia de mis ojos capto el rubio cabello de Ro volviendo a atrapar la luz del sol. Ella brilla por sí sola, sin embargo, ahora este parece otorgarle un brillo extra, como si la enfocase sólo para mí.

—Deja de mirarme. —Escucho que susurra cuando me descubre mirándola por tercera vez seguida.

—No puedo —respondo, y es la verdad, mis ojos parecen apuntar a una sola dirección, ella.

—Me estás distrayendo, sabes que necesito pasar esta materia.

—Voy a cerrar los ojos entonces para dejar de verte —la molesto, pese a que sé lo que le cuesta esta clase en particular, no puedo evitarlo.

—Isa... —Sonrojada, mira hacia mis manos, que fingen anotar cualquier cosa para que el profesor no vuelva a reprenderme por no prestar atención a su clase, y luego sus ojos se reúnen con en los míos, quedando trabadas la una en la otra. Veo tanto amor en su mirada, y sonrío por eso, alegrándome de no ser la única que está embelesada de la otra.

—Ahora intenta tú dejar de mirarme —coqueteo, o creo que eso hago, sigue siendo ajeno para mí.

Podría pedirle algunas clases a mi hermano, él tiene mucha más experiencia que yo en este tema, aunque creo que prefiero ir aprendiendo de a poco, con ella. De todos modos, parece resultar lo que sea que intente hacer y llame «coqueteo».

Ríe ante mi comentario y así estamos durante toda la clase, mi cerebro registrando al mínimo la materia que debo aprender, pero 100 % pendiente de cada pequeño movimiento o sonido que emite la rubia sentada a mi lado.

Cuando el profesor da por terminada la clase, maldigo una vez más lo lento que avanzaba el tiempo, ya harta de fingir que prestaba atención a sus palabras, cuando lo único que quiero es salir de este castigo autoimpuesto e irme a algún otro lugar, de preferencia con sólo mucho verde alrededor y Rosalie.

—Eres la peor —dice nada más levantarnos.

—Repíteme lo que acabas de decir, por favor.

—Eres la peor. Apenas me enteré de lo que decía el Sr. Gómez —regaña una vez más a medida que salimos de la sala de clases, en dirección a la entrada del campus, ya habiendo acabado con nuestras clases por el día.

—¿Yo soy la peor? No es culpa mía que el sol te apuntara a ti —me quejo golpeando en broma su brazo, siguiéndole el juego mientras uno su mano con la mía. No mira alrededor cuando las balancea unidas, manteniendo un rostro, fingiendo estar molesta. Sin embargo, yo no puedo evitar sonreír, no sólo por este pequeño juego, sino porque al fin está aceptándonos. Algo de lo que yo tomo ventaja siempre que puedo.

—Ahora es culpa del sol...

—Mmm... No, me retracto. Es mera culpa tuya. Eres demasiado hermosa —digo, deteniéndonos a media caminata y poniendo un mechón travieso detrás de su oreja.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora