XXIV

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Me levanto esperanzada y preocupada a la vez. Después de dar durante horas vueltas en la cama, por fin conseguí quedarme dormida. Y, sabiendo que necesito tranquilidad, sigo mi rutina diaria al pie de la letra.

Sorprendida de que la casa esté en silencio, sobre todo porque al momento de dormirme Apolo y Ares seguían acá, me apuro en salir a revisar el salón principal, que es donde decidieron pernoctar.

—¿Apolo?, ¿Ares? —voceo, viendo que no hay rastro suyo.

Reviso todo el templo en su busca, pero pronto es claro para mí que no están aquí. Seguramente decidieron que era mejor volver a sus propios templos. Volviendo al salón, tomo conciencia de que ninguno de nuestros tres heridos ha despertado ni se ha movido de su lugar.

Con las esperanzas mermando, decido que lo mejor es comenzar a preparar el desayuno, suponiendo que pronto llegarán los demás en busca de buenas nuevas, que lamentaré no poder darles.

Preparar todo es un proceso bastante monótono y tardío, que consume tiempo que podría usar de modo más productivo, sin embargo, es mi castigo y debo aceptarlo. Cuando me empezó a costar hacer cosas que solía realizar con sólo un chasquido de dedos, me di cuenta de que mis poderes estaban desapareciendo.

Primero me extrañé, sin entender cómo Zeus tenía el poder para controlar eso, más pronto asumí que era parte de los poderes que nunca reconoció ante mí, demasiado celoso de que conociera el alcance de su poder.

Poco a poco, comencé a dejar de intentar usar los resquicios de magia que sentía se escurrían por mis dedos, aunque nunca fui capaz de decirle a los demás dioses, avergonzada de ya no servir en la batalla que estamos librando contra el Rey de los Dioses.

—Mi querida Hera, ¿podemos entrar en tu casa? —La ilusión aparece a mi lado, cuando me encuentro ordenando las pequeñas tazas de té, brillando a pesar de sus matices oscuros.

—¿Podemos?, ¿quién te acompaña hoy, Hécate?

—Yo. —Veo que Atenea se cuela en su ilusión—. También siento el hedor a pescado podrido, así que Poseidón debe estar cerca.

Cubro mi boca para tapar mi risa al escuchar sus palabras, es mejor no meterse en las peleas entre dos grandes dioses. Cortando la comunicación, me dirijo con rapidez a abrir la puerta de entrada.

—Sigo sin entender por qué abres tú la puerta, Hera —saluda Atenea, entrando después de Hécate. A sus espaldas, puedo divisar que Poseidón se acerca a paso raudo, así que la mantengo abierta para él a la vez que las acompaño a la mesa donde tengo el desayuno servido.

—Déjala, tiene que gastar en algo su tiempo. —Me defiende Hécate, quien es la única que sabe mi situación actual. Intentó averiguar qué es exactamente lo que me está haciendo Zeus, pero no notó nada raro ni nuevo en mí, así que pronto le pedí que desistiera, la situación desalentándome más aún.

—Al menos ya no se te queman las tortas que cocinas —elogia, cortando un trozo de la torta de chocolate que hornee, para comérselo, golosa.

—Buen día, diosas. ¿Hay noticias? —Entra Poseidón en el salón, tomando asiento lo más lejos posible de la diosa de la sabiduría.

—No —respondo a la mirada inquisitiva que me dedican los tres.

—¿Ares y Apolo se fueron? —pregunta ahora Hécate al no ver al dúo dando vueltas alrededor.

—En algún punto de la madrugada, supongo. No estaban cuando desperté.

—Entonces vamos a tener que empezar sin ellos. —Se levanta Atenea, limpiándose las migas de las manos y boca con una servilleta.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora