Miradas que se cruzan con guiños de poesía.
Silencios eternos que nos cuentan historias de amor.
Roces fortuitos en los estrechos pasillos de la oficina.
Sonrisas discretas, que sólo ambos son capaces de descifrar.
Esperas interminables cuando uno no aparece.
Sueños eternos con los ojos abiertos, dibujando posibilidades de enamorar.
Simulaciones absurdas sólo ante el espejo, intentando reproducir el encuentro.
Evasiones mentales en el trabajo que nos dispersan de nuestra tarea.
Conclusiones que no conducen a nada porque desconocemos todo de la otra persona.
Miedos personales que se manifiestan en cualquier esquina del viejo barrio.
Alucinaciones continúas que nos hacen ver a la persona en cualquier lugar.
No es casualidad enamorarse cuando te sucede todo esto, no es un capricho del destino.
Es algo más fuerte, algo que no se puede controlar, con la duda aterradora si serás correspondido.
Esperar el momento adecuado, que nunca se presenta.
Decides olvidar esa posibilidad y acabas por decir un hola que tal muy tímidamente por miedo al rechazo.
Detrás de ello está la verdad escrita, la frase que puede dar pie a algo maravilloso o por el contrario a una simple conversación que no lleva a ninguna parte.
La conversación se extiende y parece que todo fluye, pero no se parece en nada a todo lo que había soñado.
Sin embargo es mucho mejor, los miedos van desapareciendo poco a poco y se convierten en complicidad.
Desaparece ese dolor molesto en el estómago y fluye una conexión jamás esperada.
Se hace tan intenso que tienes la sensación que conoces a la otra persona de toda la vida.
Eso es buena señal, hay química por ambas partes y ninguno tiene prisa por marchar.
Esto se convierte en un largo paseo y en un bonito beso de amor bajo una farola al final de la calle.
Trabajaste mucho para conseguir esto, y no, no es casualidad enamorarse.