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unas vocecitas le susurraban lentamente: "No-so-tros tam-po-co...".

Muchas veces -a lo largo de esos años- había tenido la sensación de que alguien lo seguía cada vez que debía tomar un tren. Era como si unas pisadas fueran recorriendo las suyas a medida que caminaba por los andenes. Por eso, evitaba -en lo posible- viajar en ferrocarril.

Un sábado como tantos, se preparo'para ir a las carreras.

Hacía bastante calor y el mediodía amenazaba aumentarlo aún más, por lo que decidió no tomar el repleto micro que solía conducirlo al hipódromo y viajar en tren, más aireado al menos.

Ese día tuvo mucha suerte con sus apuestas a los caballos. Ganó una fortuna.

La noche lo sorprendió -entonces- contentísimo, esperando en esa estación de las afueras el tren de regreso al centro.

Mucha gente circulaba por el andén. Ya se veía -a lo lejos- brillar el foco de una locomotora en dirección hacia allí, a toda velocidad.

En instantes más, se detenía junto al andén.

El hombre se encaminó hacia el borde, quería ser de los primeros en subir a los vagones para conseguir asiento. Él era de los que -a toda costa y abriéndose paso a fuerza de codazos- siempre conseguía viajar sentado.

Pera esta vez no. Ni sentado ni parado.

La locomotora ensordecía con su silbato y ya todo el gentío se apretujaba en el andén, cuando los oídos del

¡SOCORRO! ( 12  cuentos para caerse de miedo) Elsa BornemannDonde viven las historias. Descúbrelo ahora