El domingo soplaba una suave y cálida brisa que revolvía el cabello de Carolina. Les dejaban el día libre a ambas ya que al ser el día de la despedida del campamento no tenían mucho que hacer. Pero mientras Paula había decidido pasar el máximo tiempo posible con su novio, su amiga había preferido acostarse pronto el sábado e ir a montar el domingo.
Desde el miércoles que le habían presentado a Midnigth había sacado un rato para pasar con ella cada día, ya fuera montándola o simplemente acariciándola un rato. Así que el domingo aprovechó para estar con ella toda la mañana.
Su amiga se había indignado porque, según ella, era como ir al colegio en fin de semana.
Llegó muy temprano para aprovechar la pista antes de que la usasen los acampados para hacer la exhibición de despedida a las once. El problema era que, aunque no empezaran temprano, ya a las diez estaban los padres mirando como montaba.
Les dedicó una sonrisa de educación y se bajó del caballo, incómoda. No le gustaba ser el centro de atención; sentía la sangre en su cabeza y el estómago revuelto.
Salió de la pista acompañada de su montura y fue a por su mochila donde tenía algo para picar (tanto para ella como para su montura), agua y un libro "Ciudades de papel".
*Nota para no-lectores: es un libro de Jonh Green (el escritor de Bajo la misma estrella), es algo así como Einstein pero versión escritor.*
Se echó la mochila a la espalda y volvió a montar. Puso a la yegua al trote para llegar antes a la pradera. Le gustaban esos ratos en los que tenía tiempo para pensar y poner sus ideas en orden. No dejaba de darle vueltas a lo mismo, una y otra vez. No había tenido tiempo de pensar en el tema esos días pero quería parar, respirar y aclararse. Y eso estaba haciendo.
En cuanto llegó tiró la mochila y no tuvo que espolear a la montura para que se pusiera al galope pues se asustó por el movimiento tan brusco que hizo la amazona.
Disfrutó de la sensación de libertad que aportaba esa experiencia hasta que dejó de sentir sus piernas de tanto apretarlas para que la yegua no se parara. Cuando paró tenía la respiración agitada y una sonrisa imborrable en la cara.
En cuanto llegó a la casa de los trols se tiró en el suelo para poder pensar pero su mente no estaba por la labor y sus pensamientos se juntaban con recuerdos antiguos, momentos presentes, conversaciones bonitas, sensaciones maravillosas...
Pero cuando consiguió concentrarse y pensar ya no veía el bosque, ya no veía nada. Sólo pensaba. Estaba dentro de ella misma debatiendo un problema que le estaba dando demasiados quebraderos de cabeza.
Le gustaba poder pensar hasta cierto punto. Pero en cuanto sus pensamientos se encontraban con sus sentimientos se creaba una gran batalla campal y siempre acababa destrozada y la cabeza ganaba sobre el corazón.
Se decidió a darse un descanso y leer un poco pero cada frase aunque fuera: "Y de repente se comió un moco" Le recordaba a su dilema moral y tenía que releer el párrafo varias veces para enterarse de lo que decía.
Finalmente se dijo a si misma que tenía que afrontarlo de una vez. Que no podía huir siempre. Que tenía que coger al toro por los cuernos y empujar el miedo al fondo de su corazón, donde no molestase.
Pero supo que no podía hacerlo sola. Que no quería hacerlo sola.
Agarró el móvil y marcó, sintiendo los latidos nerviosos de su corazón en la garganta.
En el primer tono su mente iba a mil por hora, creando una explicación que la excusase por pedirle algo así.
En el segundo se dio cuenta de que no necesitaría una explicación, que esa persona ya le había demostrado que no necesitaba entenderla para ayudarla.
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La felicidad no tiene nombre.
Roman d'amourPasar el verano en un pueblo donde la media de edad pasa de los 40 años no es, ni por asomo, un buen plan para una chica de 17 años. Con lo que Carolina no contaba era que todas las vacaciones tienen sus sorpresas.