06. El Ninja Que Lucha con Plantas y la Sirena con Piernas

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“El problema está en la respuesta que no encontraré

A la pregunta que sé que no ha cruzado tu mente.”

~Salty Sweet, MS MR

Al ver que Níkolas presionó el acelerador, Riley rodó los ojos. Así que no estaba de humor para que ella lo molestara —no es como si él alguna vez estuviera de ese humor.

Rebotando en sus talones, Riley se agachó ligeramente y, en el último momento antes de que el Volvo plateado colisionara, ella saltó. Aterrizó con un seco «thud» en el techo del Volvo, una de sus piernas doblada debajo de ella, su otra estirada para mantener el equilibrio y una de sus manos presionada contra el auto.

Al girar el auto, Riley instintivamente se aplanó contra el auto para no caer, sonriendo cuando notó que el giro fue ligeramente más agudo y brusco que lo usual y consideró ambiguamente la idea de que Níkolas intentara hacerla caer.

No es que lo fuera a lograr. Él sabía lo suficiente de ella para saber que eso no haría que cayera. Sin embargo, tal vez intentaba irritarla.

Ella, de hecho, disfrutaba de los viajes en techo de cara. No era tan liberador como correr, o saltar sobre techos, pero definitivamente proporcionada una brisa agradable y fría contra su piel. La primera vez que ella había saltado al techo de Níkolas ella había estado preocupada de que alguien lo viera, pero el callejón que llevaba a la mansión estaba también rodeado de frondoso bosque. Además, era de noche y la mansión no tenía suficientes personas para ameritar tener las luces prendidas a las seis de la tarde.

A esta hora, cualquiera que se asomara por la ventana, no vería más que una mancha sobre el techo de Níkolas.

Sin perder tiempo, Níkolas estacionó su Volvo en la cochera de la mansión, sin mirarla caminando hacia la entrada de servicio de la casa. Riley lo siguió felizmente, el que él no le dijera que se largara como una invitación. Níkolas la guio por la entrada de servicio, por la que se habían ido hace media hora las sirvientas y, presuntamente, nadie usaría hasta que fuera mañana a las cinco y media de la madrugada.

Eventualmente, ellos llegaron a la habitación de Níkolas.

Lucía mucho más como la de un adolescente que la que había tenido en la mansión del alcalde. Estaba dividida en dos partes, un lado tenía un escritorio con múltiples pantallas frente a ella y una fila de luces leds blancas directamente encima. Ambos lados de pared junto a la puerta consistían en libreros. Junto al escritorio había un cesto de basura y un pequeño refrigerador (no uno mini, esos eran como la sexta parte de un verdadero refrigerador —el de Níkolas era tres de esos). Del otro lado había una cama con el edredón desarreglado y azul marino, con sabanas negras debajo. A un lado, un cesto de ropa sucia y más luces led en la pared.

—Okey, ¿ahora compartes habitación con un niño de cinco años? Jamás había visto tu habitación como si un tornado la hubiera atravesado.

Así que eso era una exageración, pero el cuarto de Níkolas usualmente lucía prístino. Y, ¿sus ojos la engañaban o Níkolas estaba haciendo un puchero?

—Para tu información, Wendelin hace una rabieta por la distribución de la herencia en el testamento de mi padre. Hizo que las sirvientas tuvieran miedo de acercarse a diez metros de mi habitación —explicó, dejando una bolsa de dios sabe que en la mesa junto al refrigerador.

Riley soltó una, tirándose cómodamente a la cama de Níkolas. Su dormitorio (u oficina, como él quisiera llamarlo) podía parecer la de un vampiro con la escasa iluminación, y el que tuviera un refrigerador y un millón de pantallas podría hacerlo parecer un ermitaño, pero si había algo que a Riley le gustaba de la habitación de Níkolas, era el maldito colchón de su cama. Y el edredón acolchado. Y las sábanas suaves.

Feline, Hot Mess: Desastre FelinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora