I

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Y ahí estaba yo.

Metida en un verdadero lío solo porque a mi mamá se le había ocurrido hacerse una amiga insoportablemente adorable.

La había conocido un día en el supermercado mientras hacía la despensa y habían quedado prendadas la una a la otra. Recuerdo perfectamente el haber llegado a casa aquel día y haberlas encontrado en la sala tomando té.

Mi mamá no tenía muchas amigas, pero las pocas que tenía era increíbles; dulces amables, cariñosas...

Patricia De León parecía ser todo aquello.

Se habían conmovido la una a la otra.
Mi mamá era invidente y al parecer, el hijo de Patricia había sufrido un accidente y había pérdido la vista.

Poco a poco la convivencia de ellas fue más fuerte y frecuente y, cuando me di cuenta, Patricia ya iba casi diario a nuestra casa.

Aquella tarde Patricia nos había contado la situación de su hijo. Al
parecer, perder la vista había sido un golpe muy duro para él porque, según su madre, se la vivía encerrado.
No quería comer, no quería salir, no quería ver a nadie, no iba a la escuela... parecía esperar su muerte.

El corazón se me estrujaba en el pecho cada que me daba cuenta del dolor de aquella mujer, y en un arranque, me ofrecí a ayudarla.

Sabía que me arrepentiría después porque con la universidad, la tareas, ayudar a mi mamá en la tienda y mis clases de baile, me quedaba muy poco tiempo para mí, pero no me importo.

Yo sabía "ver" el mundo como lo hacían mis padres. Sabía moverme en cualquier lado sin ver con los ojos, veía con el resto de mis sentidos.

Recuerdo perfectamente como jugaba con mi madre. Ella vendaba mis ojos y me enseñaba a ver el fascinante mundo de la sensibilidad, el tacto, el olfato...

Me había comprometido a ir a intentar enseñarle a su hijo absolutamente todo lo que yo sabía.

Mi madre siempre había sido una mujer muy espiritual. Una mujer que creía que el destino era algo irrevocable. Algo que no podía cambiarse, algo que ya estaba escrito y nada, ni nadie, podría modificarlo. Nada pasaba por casualidad, y para ella, el haberse encontrado con Patricia, no era una coincidencia ni casualidad, era destino.

Así que ahí me encontraba. Caminando rumbo a casa de Patricia para ayudar a su hijo.

Pude distinguir el número de la casa y me quite los audífonos. Uno de ellos se enredó en mi cabello y luche con el unos segundos para liberarlo. Intenté peinar con mis dedos mi mata de cabello pero fue imposible. Mi cabello nunca podrá verse como la de los chicos de las revistas, debía resignarme.

Toque el timbre de la casa y aguarde unos segundos antes de encontrarme con la amable Patricia.

—¡_____!, ¡Hola!, Pensé que no vendrías — me dijo, su voz parecía aliviada.

Sonreí antes de entras a la casa tras ella, titubeante.

Se volvió hacia a mi un instante. Por un segundo vi el miedo en su mirada y comencé a ponerme nerviosa.

—Joel es un chico...— titubeó un segundo pensando en la palabra perfecta— con un carácter especial.

Intente sonreír pero estoy segura que pareció más a una mueca.

—Puedo manejarlo— intenté sonar segura.

Patricia sonrió nerviosa y subimos las escaleras.

El silencio me ponía los pelos de punta. Nos detuvimos frente a una puerta de madera. Nuestros pasos eran amortiguados por la alfombra del suelo. Patricia tocó la puerta pero nadie contestó.

Though I can't see you- Joel PimentelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora