23 de diciembre, 2013.
— ¿Y cómo está el príncipe de la casa? — exclamó contenta. — ¿Por qué esa carita larga, pequeño Shawn? — preguntó la mujer de grisáceos cabellos, haciendo que todos en la mesa voltearan hacia él.
El castaño tragó saliva, intentando poner su mejor mueca despreocupada, aunque esta saliera todo lo contrario.
— ¡Él etá enamorado, Noona! — exclamó el más pequeño de la mesa, haciendo reír a sus familiares, mientras que el centro de atención estaba rojo de la incomodidad y vergüenza.
— ¿Enamorado? — preguntó su madre mientras terminaba de colocar las ensaladas, sonando completamente interesada, riendo bajo al ver a su pequeño hijo siendo tan tímido.
— ¡Eso no es cierto! ¡Yo no estoy enamorado!
— Sí lo etás.
— ¡Claro que no!
— ¡Claro que tí!
— Que no. — miró fijamente al más pequeño, frunciendo levemente el ceño, intentando hacerlo callar.
Las rojas mejillas del castaño más su ceño fruncido resaltaba en toda la sala, siendo sus familiares testigos de aquella pequeña pelea. Todo se quedó en silencio, y la mayor de todos solamente observó mientras que el castaño era regañado por su madre por pelear con un pequeño de tan solo cuatro años.
Pero si él había empezado. Pensó con reproche, yéndose de la mesa al sentirse incómodo, aunque nadie hubiera dicho nada. La familia del castaño era como vivir en un hogar, aunque estuvieran a millas. Su madre junto a sus tres hermanos habían sido criados muy hogareños, y todos eran seres que derrochaban gentileza, siendo las personas más amables del pueblo.
Y él lo odiaba. Porque no podía ser de los chicos malos que a Ash le gustaban. Al llegar a su habitación solo se hizo un bollito en su cama, sus grandes e inocentes ojos estaban fijos en la ventana, observando como la nieve caía sin cesar.
— ¿Puedo pasar? — preguntaron tras la puerta. El menor se enderezó y miró curioso la puerta, exhalando bajito al ver como la puerta se abría dejando a la vista a su abuela.
El castaño sólo asintió levemente, cruzándose de brazos mientras volvía su mirada a la ventana, intentando lucir enojado, pero solo lograba enternecer a la anciana que lo miraba con dulzura. La mujer de grisáceos cabellos llamó la atención del castañito al sentarse a su lado. La señora Bellrose era realmente cálida, de esas personas que al sentarte a su lado sentías como si fuera una taza de chocolate caliente o incluso un malvavisco en las noches heladas de invierno.
— ¿Abuela...? — susurró el pequeño intentando saber por qué su abuela estaba ahí.
— ¿Mmh?
— La cena está allá abajo, se enfriará y... Y puedes tener mucha hambre.
— No tengo hambre. — respondió tranquila, quedándose en su lugar. Shawn puchereó levemente, volviendo sus grandes ojos hasta la ventana, quedándose en silencio al sentir como el tenía tanta hambre y estaba castigado injustamente. La anciana lo notó. — Ya regreso.
La mujer se bajó de la cama con cuidado y se fue despacio y con tranquilidad, cerrando la puerta tras de ella. Luego de unos largos minutos en los que el menor pensó que no volvería la puerta se abrió, y la mujer caminó tranquilamente hasta él, llegó a la cama y dejó la bandeja cerca del menor. Una taza de chocolate caliente y una porción de pastel de fresa.
En ese momento no supo si amar mucho a su abuela o amar mucho a su abuela.
La abrazó feliz, y esa noche su abuela lo mimó hasta que sus ojitos se cerraron, besando su frente antes de irse.
El timbre de la hora de entrada retumbó en todo el establecimiento, infló sus mejillas con miedo y caminó despacio hasta entrar, respirando profundo al ver a todos sus compañeros, caminó despacito para pasar desapercibido, pero alguien lo notó.
— Oye, imbécil. — uno de los chicos de último año lo frenó, alzó su mirada y respiró profundo al notarlo. — ¿Crees que fue gracioso tirarme pintura aquella ves? — preguntó con desdén, apretando con fuerza el hombro de Shawn.
— N-no, eso no fue a-así.
— ¿A-así? I-i-i-diota. — se burló de él.
Nadie supo cómo, pero apenas vió un rastro de salida el más pequeño golpeó al chico y huyó corriendo, llegando a su salón rápidamente, chocando con alguien al entrar.
— ¿Shawn? — preguntó ella curiosa, ladeando levemente el rostro al verlo agitado. — ¿Qué ocurre?
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Tiempo. [Shawn Mendes.]
РазноеEl tiempo es algo que no podemos controlar al igual que a nuestro propio corazón, ya que indefinidamente de qué suceda, no estará en nuestras manos. Te amo, bella lucesita. ¡Este es un especial de navidad de tan solo ocho capítulos!