Hoy cumplo treinta años y mi regalo será un libro más, mi economía tiene años que no va de lo mejor así que tengo que regalarme libros usados, gastados, libros viejos, y solo puedo agregar uno más cada año, por tal motivo son pocos los que conforman mi librero, el cual está hecho de dos cajas de madera, mismas que cogí fuera de una tienda de frutas y verduras.
Después de que mi incapacidad por culpa de un disco desviado en la columna me hiciera perder mi trabajo, vivo en una casa improvisada de cartones a las afueras de la ciudad y mi única compañía es Coco, un perro de raza pequeña, Coco me acompaña desde hace tres años, lo encontré atrapado en una coladera de la calle una tarde después de una tormenta, se podría decir que casi lo considero mi hijo ya que si ese día no hubiera escuchado sus ladridos y quejidos se habría ahogado, (le salve la vida, y él con su compañía salva la mía cada día, pues no es nada fácil vivir excluido de la sociedad).
Compartimos la comida, el frío, y los malos tratos por parte de las personas que me ven pasar empujando mi carro de supermercado lleno de latas de aluminio, plásticos y cartón, las cuales recolecto para vender por unos cuantos pesos.
No soy el típico vagabundo que anda por las calles oliendo a rancio y con la barba larga, pero a pesar de todo, la gente me mira mal, calcula mi edad y sin más, dan por hecho que soy un flojo que no quiere trabajar.
Ulises el dueño de la tienda de libros usados a la que acudo a comprar uno cada año, es un hombre de avanzada edad que vive solo con su esposa, sus hijos ya han abandonado el nido desde hace algunos años, él, siempre me recibe con una sonrisa, le alegra que alguien como yo gaste un poco de dinero en cultivar la mente, a pesar de que no he tenido la ocasión de contarle mi historia, de alguna manera me tiene un poco de afecto.
Al llegar a su tienda dejo mi carro en la calle sobre la acera y entro en el local impregnado de ese rico olor a libro viejo.
–¡Qué tal Julio! ¿hoy agregarás un libro más a tu colección? pasa, me acaba de llegar un lote de cinco cajas, aún no las abro y te daré el honor de hacerlo, pues estoy muy ocupado tratando de arreglar esté estante de metal, la persona que me los trajo me dijo que pertenecían a una familia muy bien acomodada así que deben estar muy bien cuidados.
Agarro la navaja y empiezo a cortar la cinta de pegamento mientras agradezco la confianza de Ulises que se vuelve para seguir con su empresa.
De la primera caja no me convence ningún libro y me sigo con la segunda, de la cual rescato Frankenstein, de la tercera tampoco me gusta ninguno, de la cuarta me quiere convencer La Iliada pero término por dejarlo nuevamente en la caja, me sigo con la quinta caja de la cual de inmediato se asoma Drácula y sin buscar más emparejo las orejas de la caja.
Tomo Frankenstein en la mano derecha y Drácula en la izquierda.
–Difícil decisión he, los dos me parecen grandes obras, la verdad no podría ayudarte a elegir, me fascinaron los dos, los leí cuando aún estaba soltero.
Me decido por Dracula y le pregunto a Ulises cuál será el precio, él, sin pensar dos veces me contesta que el mismo de siempre, que la obra que yo elija sin importar cual sea, no me la venderá por más de cincuenta pesos, mientras saco el billete de la bolsa de mi pantalón doy el último vistazo a Frankenstein, y pienso para mis adentros,-nos vemos en un año, solo no dejes la librería antes, esconderé bien amigo.
El hombre se percata y me pide que lleve los dos, que el otro es cortesía de la casa.
Las lágrimas me corren por las mejillas y terminan por mojar las páginas casi nuevas del libro que me regaló este buen hombre, pues al llegar a mi derruida casa y ojear Frankenstein, me encuentro con un puñado de billetes de cien dólares, tal ves no sean más de diez billetes, tal ves no me resuelven la vida pero haré maravillas con ellos.l
–Estamos de suerte, Coco, hoy cenaremos delicioso.
