EL DIABLO VIVE AQUÍ

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- ¿Qué haces sentada a éstas altas horas de la noche, niña? - Le preguntó un transeúnte asombrado - ¿que no sabes que a estas horas se aparece el diablo y se lleva a las niñas como tú?

- Estoy esperando a mi tía, dijo que llegaría a las doce.

El transeúnte levantó los hombros en un gesto infantil y siguió su camino.

- ¡Hola, Matilde! Perdón por la tardanza. Ven, pasa, tengo algo para ti.

Matilde solo guardó silencio mientras el hielo que cubría su cuerpo se desvanecía al entrar en la casa, su tía apareció de la nada, como una ráfaga envuelta en seda negra, como una sombra.

- Siéntate, te traeré lo que te prometí, luego nos iremos a dormir, juntas, como antes…

Matilde observaba que la casa que alguna vez perteneció a su madre, extrañamente ya no tenía focos sino velas instaladas en cada esquina. La oscuridad era un océano interrumpido sólo por el cálido y discreto brillo de las velas. Había dos gatos ubicados en una de las ventanas, el uno junto al otro, tan estáticos que casi daba por hecho que eran disecados, hasta que uno de los dos dio un brinco huyendo de la escena, como si la mirada de ella le lastimase, o como precaviéndole de algo.

- (Sonido extraño).

Matilde escuchó unos alaridos en la cocina.  Eran desgarradores, como de… de puerco. Su mamá le había dicho que tía Norma era una mujer diferente, pero, jamás imaginó que tanto como para tener un puerco de mascota. Matilde tenía 9 años, y su pensamiento fue quizás lo mejor que le pudo pasar. Llevada en parte por la curiosidad y en parte porque empezaba a sentir miedo de estar sola en aquella estancia misteriosa donde solo podía vislumbrar entre la poco luz que ofrecían las velas, cuadros en cada pared, todos aparentemente con las mismas figuras, todos eran algo así como cruces al revés. Matilde se dirigió a hurtadillas hacía la cocina y con sigilo de cazador recostó su espalda contra la pared,  se podía ver por una pequeña rendija lo que ocurría allí adentro.

- (Sonido extraño).

Matilde entendió que no se trataba de un puerco, mirando por la rendija, observaba una escena que jamás olvidaría, su tía estaba totalmente desnuda, su cuerpo no era más que una masa de verrugas y huesos desorbitados, se encontraba parada mientras unos sujetos que a Matilde le parecieron medían más de tres metros, le propinaban latigazos descarnados, uno en cada costado de tía Norma, o lo que se supone era tía Norma. Matilde, horrorizada, quiso huir pero la desbocada y macabra majestuosidad del acto no terminaba allí, tía Norma no gemía por los latigazos, de hecho, Matilde observaba cómo se dibujaba una sonrisa siniestra tras cada azote.  Los gemidos, eran producidos por un cuchillo. Tía Norma tenía su mano derecha ocupada sosteniéndolo y despellejándose lo que se supone era la piel de sus piernas. La carne se desprendía como cáscara de plátano y la sangre formaba una laguna que servía ahora de piscina a uno de los gatos. Tras el último y más espantoso alarido, Matilde vio como de la puerta que daba al patio, emergía hacia ellos una figura, aún más alta que las demás, con un sombrero que cubría todo su rostro en forma de triángulo, y completamente cubierto por una túnica roja. La criatura sostenía elevando hacía el cielo en señal de solemnidad una cruz colosal, pero… estaba al revés. El titán de túnica roja desobligó una de sus manos de la cruz y señaló con cadencia casi artística justo al lugar donde Matilde se encontraba. El tiempo se detuvo. Todos miraron hacía allí y Matilde corrió como nunca antes había corrido, corrió como si tuviera llantas en vez de piernas, corrió entre la oscuridad, como un zorro del desierto. Matilde por el pánico logró llegar a la puerta y cerrarla tras de sí.

- ¿Tú aún por aquí?, ¿no creíste lo del Diablo? - Preguntó el transeúnte de larga gabardina negra justo cuando Matilde salió despavorida hacía la calle.

- ¡Le creo, por Dios que le creo!, ¡El Diablo sí está aquí!, ¡El diablo vive aquí!, ¿puedo irme con usted?

- Está bien, ven aquí - respondió el transeúnte con una infantil sonrisa.

Matilde y el transeúnte con extraño olor a azufre se fueron de la mano hasta desaparecer tras voltear en la esquina…

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