Una botella de vodka y un libro a veces resultan mejor compañía que otra alma desolada y aquella desconocida parecía ser poseedora de dicho conocimiento porque, en una banca frente a la mía, bebía pequeños tragos y continuaba con la siguiente página. Yo era como su espejo, sólo que en vez de una botella, a mis labios llevaba un cigarro.
Fue entonces cuando comencé a preguntarme por qué una chica unos años más joven que yo, llevaría como prenda preferida sus pesares pero luego me dí cuenta de lo estúpido que había sonado. El dolor no pregunta por tu edad, ahonda en lo más profundo de tu historia de vida hasta encontrar los fantasmas más tenebrosos, haciendo su aparición un día como cualquier otro, llevándose todo lo bueno de ti, junto con tus razones de vivir.
A diferencia mía, la muchacha parecía sumergida en su lectura mientras los blancos y fríos copos de nieve caían con elegancia sobre ella, posándose delicadamente en sus negras ondulaciones que llegaban hasta su cintura. Sus mejillas se encontraban sonrojadas tal vez por la mezcla del ardiente alcohol que mojaba gráciles labios y la helada nieve que amenazaba con congelarla. De todas formas, su cuerpo se protegía del frío, envuelto en cuero negro que parecía tan contrastante con su blanca piel.
Era, sin dudas, una mujer a la que seguramente las personas volteaban a ver al pasar por su belleza y energía tan magnética ya que sólo me bastó una simple mirada para sentirme enormemente atraído hacia ella, como si de imanes se tratara. Sin embargo, no podía comprobar mi hipótesis ya que eramos los únicos dos disfrutando de una suave nevada en plena madrugada de viernes a la intemperie de un parque desolado. Por un momento me atravesó la idea de que quizás para cualquier otra persona, no eramos más que unos locos. Lo que no saben los otros es que detrás de toda locura, hay una razón, un detonante al que los sin razón respondemos.
De repente, como si hubiera sentido mi mirada sobre su presencia, alzó la vista para conectar sus ojos con los míos y ahora su color no era un misterio para mí ya que un negro tan intenso como la noche que se cernía sobre nosotros, se conectaba con la miel que coloreaba los míos. Pude sentir como si de un fuego se tratara, recorriendo el centro de mi pecho, como si algo hubiera despertado y de repente sentí que no era una desconocida para mí.
Pude observar cómo sus labios se entreabrían como si la sorpresa la hubiera invadido de repente, sin aviso previo, también pude ver el miedo en su mirar, como si mis ojos la hubieran intimidado o algo por el estilo. Tomó su colgante entre sus dedos y comenzó a acariciarlo y con el ceño fruncido, volvió al mundo de las letras aunque esta vez no parecía tan concentrada como lo había estado momentos atrás.
Le dí una última calada al cigarrillo para luego lanzarlo, me levanté a la par de mi lectura en mano y me dirigí a ella para hablar.
-¿Vamos por un café? Cada vez hace más frío aquí -sus ojos nuevamente centraron su atención en los míos y analizó la propuesta un tanto desconfiada, tal vez por algo tan simple como mi acento que siempre terminaba delatando que nunca iba a pertenecer del todo aquí si mis rasgos no se le adelantaban o tal vez por algo más importante como lo es que un completo desconocido te invite a tomar algo. Sea cual sea su debate, abandonó la banca, tiró al cesto la botella semi vacía, guardó su libro en su morral gris y respondió.
-Vamos -su respuesta sonó como la de alguien que a pesar de temer, no tiene nada que perder.
El camino transcurrió en completo silencio, sólo el sonido de nuestras pisadas en la nieve y el de la ciudad, nos hacían compañía. Ni siquiera me preguntó a dónde nos dirigíamos, confió en mí y se lo agradecí por dentro.
Rápidamente atravesamos las puertas de un pequeño bar que se encontraba a unas cuadras más allá de nuestro anterior sitio, saliendo del centro de la ciudad. Me agradaba este lugar en particular porque la mayor parte del tiempo se encontraba medio vacío siendo sus ocupantes un par de parejas demasiado concentradas en ellos mismos como para observar que hacían los demás y algún que otro hombre ensimismado en su computadora... Y nosotros dos, un par de desconocidos buscando el amargo calor de una taza de café en la barra que el mesero se había encargado de servir en un abrir y cerrar de ojos y en vista de que ella no iba a tomar la palabra, lo hice yo para presentarme.
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No juegues con hielo
RandomNos estamos consumiendo en el pasado, debemos salvarnos del presente.