Mi cobija siempre fue algún cuentito de hojas tristes, algún poema de flores y tardes grises, una lamparita verde que escondo bajo mi cama y un cuadernito en el que hoy escribo. Mi querido amigo, noté que aludió a la arrogancia de mis ojos al ver sus pasos alejándose y yo quieto. Allí. Parado. Un ser horrible con manchas de más.
Volaban por ahí las hojitas que conocemos bien y se veían dos palomas en lo alto de aquel árbol que quise tirar cuando la desesperación me tomó y solo me dejó llorar. No quería que abrace, no quería que bese, no quería que mire, no quería siquiera que me mueva. Eran la brisa y aquél gritando un rotundo adiós. Sin vuelta atrás. Me pegó contra el muro sucio.
Previsto con pre-aviso y persistencia el golpe fue. Realmente no supe qué hacer.
Mis manos inmóviles; mi voz entrecortada quiso dar lugar a una declaración de sentimiento colateral a nuestro, ya mencionado, frasco vacío.
Para dar una conclusión, como aquél me la pidió digo que la arrogancia de mis ojos se reflejan en el espejo mientras escucho en mi memoria sus pasos alejarse. El adiós me pegó contra el muro sucio. Adiós no dicho, adiós previsto, adiós con pre-aviso.Mis manos siguen quietas, duras; no me sale la voz.
Golpeéme más fuerte, no tengo más hojas.
Aquí termino.
-Abril.