Se desplazó hacia mí, con intensidad, locura y afecto en una misma mirada, una mirada verde. Detuvo su andar a pocos centímetros de mi cuerpo que transmitía oleadas de nervisismo y adrenalina. No estaba preparada para el golpe de emociones que mi cuerpo dejo aflorar, esparciéndolas por cada rincón al que pudo llegar. Tomó mi mano, mi agitación ya era evidente. Eliminé el espacio existente entre nosotros y sus dientes encontraron mi lóbulo derecho; lo mordió casi a presión. Sentí desfallecerme en el éxtasis. Me aferre a él, los besos parecían insuficientes, cada uno te llevaba a desear más hasta la perdición.
Tuve que alejarme para recuperar el aliento, nunca debí hacerlo. Me besaba el cuello de forma pasiva, consciente del efecto que tendría. Dentro de mí, en la garganta, se estaba formando algo, no era un grito pero tampoco era palabras, parecía más bien un ronroneo cual gato. Salió de de mi boca de forma extraña y sólo sirvió para alimentar el predominante deseo de ambos. Puso sus manos a la obra y ellas sabían exactamente qué hacer. Ya no podía pensar con claridad. Exploró pedazos de piel que no conocí, y me gustó. Todo estalló en un ¡Ah!
Con el pulso arriímico, mojé mis labios en sus ganas de seguir susurrándome al oído para evitar otro choque de cuerpos. Estaba satisfecha. Me acomodé los jeans, tomé mi mochila, lo miré a los verdes ojos e intercambiamos lo que acordamos; su alma por mi virginidad.
