Me perderé, me equivocaré, me caeré una y mil veces... Pero si hay algo que he aprendido en esta vida, es que, si es por ti, nunca me rendiré.
» Mi milagro navideño siempre fuiste tú...
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Corría un viento gélido propio del mes de diciembre, pero bien abrigados bajo nuestros chaquetones y caminando enlazados, ella y yo paseábamos tranquilamente y en completo silencio bajo la luz de la deslumbrante torre Eiffel. Amaba sus silencios. Lo expresaba todo y a la vez nada. Era nuestra base de comunicación y entendimiento. Para nosotros, un silencio valía más que mil palabras.
Observé su lindo rostro de porcelana durante unos instantes, intentando aguantar las ganas de llorar. Aquella chica que me había enseñado a amar la vida iba a terminarla antes de lo previsto, y no podía hacer nada, pues su enfermedad le había puesto fecha de caducidad...
Pero lo prometido es deuda. Y yo cumplí cada una de las palabras que le escribí en aquella carta en la que le prometía cumplir sus últimos deseos. No podré olvidar nunca su carita de felicidad en cada una de las escalas del viaje que le preparé por Europa, ni olvidar su suave y pausada voz haciéndome adormecer mientras leía junto a mi "Las mil y una noches" de Antoine Galland.
Tampoco olvidaré aquella noche en París, en la que dejamos nuestro candado en el Puente de las Artes y dejamos que la llave se sumergiera en las profundidades del río Sena, ni mucho menos cuando regresamos del viaje y plantamos aquel pequeño abeto, lo hizo con tanto mimo que tuve que hacer una fuerza sobrenatural para no llorar en su presencia, sino darle un gran abrazo que selló tan importante momento.
Con Vivian creo que lo aprendí todo, supe amarme a mí mismo y amar la Navidad cómo nunca antes lo había hecho. Rodeados de copos de nieve, jugando cómo dos niños al salir de la escuela, haciendo algo solo por diversión, por querer y poder. Por no someterse al vaivén de la vida y salirse un poco de los esquemas.
Con ella aprendí que cada día debe vivirse cómo el último, que la vida es cómo el tiempo, nublado o soleado, hasta puede caerte algún chubasco. Aprendí que el que empatiza no es débil, y que la vida es demasiado corta para centrarse en las cosas malas.
Con ella, aprendí que un día sin sonreír es un día perdido, y que no hay mejor época para sonreír que la Navidad, así que... ¿por qué no convertir tu vida en un permanente estado navideño?
No podré olvidar el tiempo que estuvo hospitalizada, todos reunidos en aquella habitación fría y blanca... Yo agarrando su mano mientras intentaba partir el año, los chicos allí apoyándonos y sus padres agradecidos por nuestra presencia mientras intentaban ocultar su dolor al ver a su casi inconsciente hija.
Dos navidades. Dos navidades han pasado desde su muerte. Con una triste y a la vez tierna sonrisa me senté con los pies colgando de aquel muelle, aún con las flores de pascua en la mano. Poco a poco, fui dejando sobre las aguas tranquilas del lago las flores, dejando que a causa de las ondulaciones se fueran esparciendo en diferentes direcciones.
Sentí cómo si reviviese nuestro primer encuentro, en ese mismo lago, yo intentando tomar un respiro del campamento familiar y ella nadando en las aguas para desestresarse de los últimos exámenes del instituto. Siete años de relación no se borraban de un plumazo, y me había costado terminar de atesorar nuestros recuerdos en el pasado. Pero lo había conseguido, y me sentía un poquito mejor.
–¿Estas flores son tuyas?
Me volví cómo un resorte, sobresaltado, pero estuve a punto de caerme al lago de verdad cuando vi quién se mostraba ante mi. Tenía una bonita melena cobriza y un rostro de porcelana que me resultaba muy conocido...
–¿...Vivian? –atiné a preguntar.
–Creo que te has confundido –respondió ella, algo apenada– Me llamo Vera.
–Ho... HoSeok –respondí aún confuso.
–Bueno, Ho... HoSeok –dijo divertida– Ha sido un placer conocerte, pero tengo que irme... por cierto, bonitas flores de pascua, ¿es una nueva forma artística? La verdad es que me gusta mucho, sobre todo por la época navideña... es una de mis favoritas.
Sin mucho más que decir, dio media vuelta y se alejó de allí, no sin antes despedirse de mi en la lejanía...