3. Capriccio

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Pasé gran parte de la mañana encerrada en mi habitación, buscando pretextos para abrir las cortinas y ver si Roman estaba en alguna parte allá afuera.

Varias veces lo vi fumando un cigarrillo y leyendo un libro recostado sobre el auto. Luego desaparecía por el jardín, escuchando algo en sus auriculares. 

Me imaginaba qué clase de música podría gustarle. Tenía pinta de escuchar Mozart, Bethoveen o Bach, pero con esos pensamientos, ya estaba yendo demasiado lejos en mi idealización a su personalidad fría y correcta.

Pensaba en sí su meta en la vida siempre había sido ser parte de la mafia de los Bucranio, o si posiblemente, en el pasado, había pertenecido a alguna de las familias enemigas de este país o de los otros. Realmente, no dudaba en la veracidad de ello. Sin embargo, la devoción hacia la mafia me seguía pareciendo bastante extraña, sobre todo cuando hablamos en la mañana.

Vuelvo a verlo cuando Sve llegó a la gran casa, como a las cinco de la tarde, con tres bolsas enormes llenas de regalos que apenas podía sostener. Roman corrió para ayudarla al entrar a casa, y se retiró pronto, llevándose el vehículo de mi amiga al estacionamiento.

Por cómo lo miró Svetlana, supe que también había llamado bastante su atención.

—Veintidós regalos para la mejor amiga del universo. — me abrazó. — Extraño cuando solo tenía que comprar quince o dieciséis.

— Ya ves que ser adulta no es tan sencillo. — rodé los ojos. — Además, fue idea tuya comprar la misma cantidad de regalos que los años que cumplíamos.

— Bueno pues, quería conquistarte. — me guiñó un ojo. — Desde Rusia se hacía más sencillo comprar en línea y poner la dirección de tu casa.

Sin hacer mucho caso a lo que Sve estaba diciendo, eché un vistazo afuera para cerciorarme si Roman ya había regresado. Considerando su labor, y reconociendo que la curación de mis heridas, se había sumado a mi lista de regalos. 

Ahora tenía veintitrés de ellos.

Cuando volví la mirada a mi amiga, ella había puesto una expresión extraña y negaba repetidas veces con la cabeza. Sve desaprobando mi conducta era un hecho que había sucedido mucho últimamente.

— No hablarás en serio. — dijo, nuevamente teniendo mi atención.

—¿Sobre qué?

Svetlana tiró de mi mano hasta que nos ocultamos en el estudio de Julian.

— Te gusta el tipo. — afirmó muy convencida. — Lo supe desde ayer.

Pronunció eso como si se tratara de un pecado, de una ley rota, o de un intento de suicidio.

— No me gusta el maldito chofer. — renegué, soltándome de su agarre y caminando lejos de ella cargando mis bolsas de regalos.

Subí las escaleras hacia mi dormitorio y ella empezó a seguirme camino arriba. 

 Cuando estuvimos dentro de la habitación, Sve cerró la puerta de golpe y me miró a los ojos, sin convencerse de mi respuesta evasora.

— De todos modos, ¿qué hace aquí? — miró por la ventana.

Me apresuré a ver junto con ella, como lo había venido haciendo durante todo el día.

Roman estaba recostado contra el auto, escuchando algo de música en la radio del vehículo, que yo apenas podía reconocer debido a la distancia.

— Julian le pidió que se quedara aquí hoy. — suspiré. — Chofer y niñera.

Me fascina. — cantó Sve, provocando que me sonrojara. — Deberías subirlo a tu habitación en silencio y...

Joya de Familia | bill skarsgård | (Wattys 2020)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora