PISTA 2 WILDEST DREAMS (3:54)

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Daniela Calle

¿Por qué nadie te dice que las optativas que más te gustan en el segundo curso de carrera pueden ser las mismas materias que acabas odiando el último año de la universidad? ¿Y cómo puede alguien esperar de verdad que un joven de diecinueve años sepa lo que quiere hacer durante el resto de su vida y tome una decisión acertada?
«Es ridículo… ».

En algún momento entre Microeconomía y Legislación tributaria 101 del tercer curso, me di cuenta de que odiaba la economía o, al menos, que odiaba la idea de trabajar en un despacho durante el resto de mi vida. Aunque podía elaborar una hoja de cálculo y tablas de estadísticas como casi nadie, hacerlo me aburría. Me resultaba insoportable y absolutamente aburrido.

No me di cuenta de cuál era mi verdadera pasión hasta que empecé a hornear Cupcakes para lograr superar una intensa clase de derecho tributario. Los llevé al grupo de estudio y mis compañeros los devoraron en segundos, así que hice más.

Luego me ramifiqué y comencé a cocinar más cosas. Al principio, me limitaba a los dulces más sencillos: bizcochos variados, galletas, brownies… Luego me enfrenté a recetas más complicadas: éclairs, glaseados, mediasnoches rellenas, gofres de crema… Cuanto más experimentaba, más feliz estaba, pero no me lo tomé realmente en serio hasta un día que mi madre me hizo reflexionar al respecto. Le hice un soufflé de naranja para Navidad, y le gustó tanto que ofreció un poco a los vecinos para que lo probaran. Incluso llamó a mi novio para que tomara un poco.

—Mmm… Es comestible —dijo él.

Aun así, supe que mi amor por el arte culinario llegaba demasiado tarde. Así que en vez de cambiar de especialidad, me quedé en la facultad de económicas, y cada vez que tenía un rato libre, asistía a clases en la escuela de cocina que había en la playa: el Instituto Culinario Wellington.

Todos los sábados y domingos, iba al centro y me sentaba en el fondo del aula, donde cogía notas como si estuviera matriculada en la escuela. Los días que había clase en la cocina —es decir, prácticas pagadas—, fingía ser estudiante de secundaria que estaba haciendo una investigación para un proyecto escolar.

Que era lo que me encontraba haciendo en ese momento.

— No olvidéis que la calificación se hará en función de cómo hagáis la preparación de las capas del croissant —comentó el profesor desde la parte delantera del aula—. Tienen que ser crujientes, pero muy esponjosas, y jamás deben resultar pegajosas… También tenéis que esforzaros mucho en el diseño personal: lo que más se valorará será la originalidad. No os limitéis a copiar a nadie o tendréis un suspenso ipso facto.

Vi que la joven que tenía delante revolvía la mezcla y añadía unas cuantas cucharadas de azúcar. Probó la masa y negó con la cabeza antes de verter un poco más.

— Eh… —susurré—. Oye…

Me miró por encima del hombro.

— ¿Qué?

—No debes echarle más azúcar.

— ¿Y tú cómo lo sabes, gorrona?

Puse los ojos en blanco.

—Porque todavía tienes que freírlo y salpicarlo con azúcar glasé, y además, aún quedaría el relleno, que también lleva azúcar. Si usas más, la persona que haga la cata va a caer en coma diabético.

Dejó el azucarero a un lado y se puso a revolver de nuevo. Aliviada, miré por encima de su hombro para poder ver el resto de la preparación del plato. Mientras escribía la lista de ingredientes, sentí que me tocaban el hombro.

— ¿Sí? —No levanté la vista porque estaba anotando las medidas de la masa.

Cuando estaba escribiendo la última línea, me arrancaron el cuaderno de las manos y me encontré cara a cara con una mujer vestida de negro. Llevaba la palabra «SEGURIDAD» estampada en el pecho con unas letras enormes y me miraba con los brazos cruzados.

— ¿Qué está haciendo aquí de nuevo, señorita Calle? —me preguntó con los labios apretados.

— Estoy… — Me aclaré la garganta y me senté—. Estoy tomando notas para el informe del libro.

— ¿El informe del libro?

— Sí —confirmé—. Es un informe de un libro muy importante para el instituto.

El instituto de secundaria.

— ¿Y a qué instituto se supone que vas?

— El instituto Pleasant View.

— ¿Asistes a ese instituto aunque lleva cerrado cincuenta años?

«Mierda».

— Quería decir el instituto Ridge View… —Lo había buscado antes en Google.

—Todos los institutos están cerrados en verano. El curso terminó el viernes pasado. —Chasqueó los dedos, indicándome que me levantara—. Vámonos. Ya conoces la rutina…

Me puse en pie y cogí la libreta para seguirla fuera de la habitación, al pasillo.

— ¿De verdad es para tanto que asista de oyente en unas clases y tome algunas notas? —pregunté—. ¿A quién estoy haciendo daño?

La miré mientras pasaba la tarjeta por la plataforma que había junto a la puerta.

— ¡Fuera!

— Espere… —Di un paso al exterior—. Si le ofrezco veinte dólares, ¿puede volver ahí dentro y decirme qué tipo de masa usan para los cronuts especiales? ¿Quizá pueda enviármela por correo electrónico?

Me cerró la puerta en las narices.
«Uff… ».

Me guardé el cuaderno en el bolso mientras oía una risa que me resultó familiar. Levanté la vista y vi que era el profesor del curso de coordinación de recetas.

— ¿Le parece gracioso? — Pregunté con audacia—. ¿Le parece gracioso que echen a alguien de clase?

—Lo es. —Se rio todavía con más fuerza sin dejar de mirarme—. Y no te han echado de clase, te han expulsado, porque te vi entrar esta mañana.

— ¿Me ha delatado? Y yo pensando que le caía bien… Nunca se había chivado.

— Y me caes bien —aseguró—. Pero hoy tienen un examen, y la suerte está echada. ¿No te has dado cuenta de la relación directa que hay entre las veces que te ha echado fuera seguridad y las que no?

Lo miré aturdida.

— Eso es… —dijo, dándome unas palmaditas en el hombro—. Todos apreciamos la pasión que muestras, pero los exámenes son solo para los que han pagado la matrícula… Sin embargo, espero verte más a menudo por aquí una vez que termines en la universidad.

Asentí moviendo la cabeza mientras él se volvía a reír.

—Nos veremos el próximo fin de semana, Calle —añadió antes de que me alejara.

Me sentía tan halagada por aquel comentario («Todos apreciamos la pasión que muestras…») que sonreí, preguntándome si más adelante podría conseguir que me escribieran una recomendación no oficial para que me tuvieran en cuenta en otras escuelas culinarias de las que esperaba recibir noticias.

« ¿Podría obtener una beca con una carta de recomendación suya?». Eché un vistazo al reloj y me di cuenta de que disponía de tres horas para prepararme para asistir a la facultad en la que sí que me había matriculado; hoy era la ceremonia de graduación.

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Holis! Espero que les guste esta historia, es una adaptación.

Espero que me digan que tal les parece. Comenten y voten.

Sinceramente Calle y Poche - Adaptación caché. (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora