10: Cita con Lucifer

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Como todas las escuelas privadas en el mundo, la Universidad de Humphrey Stanley también tiene su propia leyenda de terror. Desde la ventana de mi habitación se alcanza a ver el chapitel norte de la antigua iglesia presbiteriana del valle de Longwood. En alguna clase de divulgación alguien realizó un ensayo sobre ella.

Tiene todas las características para formar parte de una novela de Lovecraft. Fantasma llorón y toda la cosa.

—¿Tú crees que hayan hecho algo en el pueblo y por eso vino? —me pregunta Scarlett por enésima vez.

Lleva el pelo envuelto en una toalla negra, pues acaba de volver de las duchas. Hace apenas una hora que regresé a la habitación y, mientras acomodo mi bolsa de viaje para el fin de semana, ella se muerde las uñas de los dedos. Un hábito desagradable, pero no tanto como sus preguntas ansiosas. Le dije que el agente mencionó a Landon y Quentin.

Su reacción es bastante disimulada, aunque no tardó en preguntar si por su hermano no inquirieron nada.

—Creo que se trata de una advertencia gubernamental —digo por lo bajo—. El senador quiere presidencia, todo el mundo lo sabe y el padre de Quentin es uno de los empresarios demócratas más pudientes del partido, además de amigo fiel del gran Titus Eckhart. Para mí es una jugarreta de desprestigio entre ambos.

Ansiosa todavía, Scarlett se sienta en su cama con las piernas cruzadas. Estoy cerrando la mochila cuando dos toques en la puerta interrumpen el interrogatorio al que me ha sometido. Si no he dejado de hablarle es porque somos compañeras de cuarto. Nunca pensé que lo diría. Son las cinco de la tarde y ya quiero recibir el anuncio de Devon.

Dijo que iba a mandarme avisar cuándo podíamos irnos y, claro, no le he dicho nada de esto a mi rommie. Mi consciencia dice que no tengo nada de qué avergonzarme, pero pase lo que pase, no quiero que se me involucre con Devon en rumores ni mitos.

—Hola, Annie —me saluda Isla cuando abro la puerta. Es la consejera de los dormitorios, y hermana de mi tutor estudiantil. Me entrega un pequeño sobre que me cabe en la palma de la mano.

Con una sonrisa curiosa, le devuelvo el gesto y agradezco por lo bajo.

Devon dice que me ve en el estacionamiento.

Es la segunda vez en estos días que veo su caligrafía. Parece que aún utiliza estilográfica para redactar lo que quiere comunicar a las apuradas. No lo sé. Se me antoja demasiado detallista y, a la vez, perfectamente tétrico. Encaja con todo el misterio que lo envuelve, y también, el engarce de la pluma y el material con el que está hecho, con la arrogancia con la que se mueve allá a donde quiera que vaya.

Me giro en los talones tras despedirme de Isla y me guardo en el bolso de mi anorak el sobrecito. Afuera ha empezado a llover. Me aseguré de llevar dos abrigos más por si hay aguanieve. Y ya que no tendré acceso a los cafés de mi hermana, también llevo mi termo y unos sobres de canela y café instantáneo, pese a no son mis preferidos.

—Supongo que lo pasarás con tus padres.

Scarr está secándose el pelo a consciencia.

Levanto la cinta de mi mochila negra y alzo la vista hacia la que creía mi amiga. Estos días no he podido mirarla como siempre. Ya no la observo a través de los ojos de Ben. Y la venda se me ha caído de los ojos. No es que haya tenido un amor por mí. La sigo admirando por protegerme solo porque era la novia de su hermano.

Pero eso no evita que me sienta engañada y vacía.

Suspiro sonoramente y asiento al final.

—Volveré el domingo por la tarde.

Donde habitan los demoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora