Capítulo 22: Los Dragones del Tío Charlie

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Mi relación con Harry fue, sin ánimos de mentir, horrorosamente desastrosa. No es que no nos quisiéramos, pero era solo eso, querernos. Quería a Harry, confiaba en Harry, admiraba a Harry, y cuidaba a Harry, pero como a un hermano. Lo bueno fue darnos cuenta de aquello casi al mismo tiempo, después de que matara a Riddle, como lo llama él.

Harry se dedicó de lleno a su nuevo trabajo, del cual estaba muy orgullosa, sabía lo mucho que trabajaba para conseguir mejorar día tras día puesto que yo era su conejillo de prueba o al menos lo intentaba. También sabía que lo hacía para mantenerme distraída por la muerte de Fred, aunque nunca lo dijo y agradecí en silencio que lo hiciera, eso ayudó para que afianzara más mi opinión sobre Harry como un hermano. Su ahijado, el adorable regordete de mofletes rosados, era su nueva familia y ocupaba todo su tiempo libre con él.

Conforme los años pasaban, muchos cambios aparecían en nuestras vidas paralelas. Harry de auror, siendo el soltero más codiciado, hombre modelo a seguir y un héroe para el mundo mágico y muggle. Por mi parte, me convertí en jugadora de quidditch profesional, mujer soltera si me lo proponía, mujer seguida por todos y todas, sin excepciones, y heroína para el equipo nacional británico al consagrarme la cazadora más temida de su línea de ataque.

Algo que nunca pudo cambiar el tiempo y la distancia entre ambos, era la complicidad que habíamos generado en la corta relación que tuvimos. Los secretos a los que a nadie le podíamos confiar, nos lo confesábamos sin vergüenza alguna. Pero, aun así, no había mucho que Harry pudiese esconderme, y cuando digo nada, me refiero a que no tenía nada de sorprendente encontrarlo una noche en medio del bosque teniendo un encuentro desenfrenado con uno de los compañeros de Charlie mientras nos alojábamos en la reserva de dragones en Rumania. Bueno, la sorpresa quizás fue encontrarlos en ese lugar, nunca me imaginé que se atreviera a eso sabiendo lo conservador y discreto que le gustaba ser.

Drew Harrell era el susodicho. Un hombre guapo, unos años mayor que Harry, nacido de padres muggle, con sus estudios en Norteamérica, magizoologista especializado en dragones. Complexión similar a la de Harry, la cual no estaba nada mal, tan alto como él, cabello oscuro y muy corto, y unos fascinantes ojos azules que no combinaban para nada con el prototipo de domador de dragones porque parecían suavizarle sus rasgos tan masculinos. En definitiva, Harry Potter era un hombre de gustos exquisitos sin duda alguna.

- Te preguntaría que tan congelado tienes el trasero, pero dudo que hayas sentido frío anoche – susurro con sarcasmo al sentarme a su lado durante el desayuno del día siguiente.

La cara de pánico de Harry era mejor que ganar la copa mundial de quidditch en ese momento, lo había dejado sin palabras, pero al darse cuenta de que era yo realmente la que se lo decía toma una bocanada de aire y suspira resignado con una sonrisa ladina cargada de orgullo.

- ¿Celosa por quitarte a tu conquista, Ginevra?

- Definitivamente, sí. – respondí ignorando como intentaba fastidiarme al mencionar mi nombre completo - Pero ya me di cuenta de que era a ti a quien acosaba con la mirada desde que llegamos – comento mientras miraba de reojo hacia un extremo del tablón para cruzarme con la mirada de Drew que se tensa y se concentra en su comida – No está nada mal, pero creí que te iban los platinados – manifiesto con picardía logrando que Harry enlenteciera sus mordidas al masticar un trozo de pan con el que acompañaba su jugo – No puedes negármelo, Harry. Sé que la manera en que se plantaban tus ojos en Draco no era nada amistosa. Si nunca dije nada es porque parecía que no quisieses hacer nada con él.

- Solo porque Draco está comprometido desde ese tiempo – confiesa sin más, se mostraba algo melancólico – La boda es a fines de abril.

Donante de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora