Se los rogué...

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—Por favor, en verdad te lo estoy rogando —digo, pero el verdugo no hace más que suspirar. Me da una mirada de pesar genuino mientras desliza la intravenosa en mi brazo.

El capellán se sienta a mi lado.

—Una vez que presione el botón, las drogas serán administradas de manera rápida y en sucesión. La pérdida del conocimiento ocurrirá en más o menos treinta segundos, y la muerte vendrá poco después —me explica, aunque ya he oído lo mismo muchas veces—. ¿Hay algo que te gustaría decir?

—Solo, de nuevo, les ruego que no lo hagan.

El capellán asiente con tristeza, decepcionado porque no encararé a mi verdugo con una consciencia limpia.

Pero ese es el asunto. Nunca he asesinado a nadie. Ha sido de esta forma toda mi vida.

No sé por qué, pero siempre que estoy a punto de herirme por accidente, quienes están cerca de mí reciben la herida.

Una vez me corté con papel durante clase y eso causó que dos personas a mi lado sangraran de sus dedos.
En la escuela secundaria, estuve en un accidente vial, y, aunque fue mi lado del auto el que se chocó, mi novia desarrolló una pierna rota.

Siempre soy muy cuidadoso. Me cuido, tratando de mantener un estado de salud óptimo. Pero cuando fui asaltado por ese trío y me dispararon en la cara, fueron sus cabezas las que explotaron, no la mía.
Y cuando los policías llegaron, me encontraron arrodillado junto a sus cuerpos tratando de pensar qué debía hacer y sosteniendo estúpidamente el arma.

Tras solo treinta segundos desde que la ejecución comenzó, veo que tanto el verdugo como el capellán caen al piso sonoramente.

—Se los rogué —repito, desolado.

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Para los que no saben:

Verdugo: Persona que se encarga de ejecutar a los condenados a muerte.

Y Capellán:
Sacerdote encargado del servicio religioso de una iglesia no parroquial, como una comunidad religiosa, un hospital, etc.


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