Una parte de ella sabía que estaba mal, pero sentía la satisfacción de estar en ese lugar. Una sonrisa se dibujó en sus labios y dejó que los pies colgaran de aquel balcón que la madre le había prohibido subir tantas veces, sus motivos eran exagerados. Pidiéndole modales, de los que ella ya había olvidado hace mucho, al menos así lo sentía.
La brisa chocó contra su rostro, revolviendo los desordenados cabellos en un remolino. Cerró los ojos disfrutando el momento. Luego tendría que volver, y no quería ir a un convento.
Suspiró cansada, recordando la razón por la cual le gustaba ir a ese lugar. La paz y tranquilidad que le llenaba, eran simplemente irremplazables.
-¡Samantha!-ahí estaba otra vez, debía irse y aún no quería. El corazón le pedía a gritos un respiro, un respiro de tanto movimiento en si misma.
Se movió hacia atrás, mientras tomaba su vestido con la mano izquierda y se incorporaba.
Caminó sobre los rasposos pisos de aquel lugar, y bajó las innumerables escaleras de madera, que rechinaban bajo los pies descalzos. Frío y húmedo.
Corrió debajo del cielo gris, con ganas de retractarse y volver hacia aquel balcón.
Llegó a casa con la respiración agitada, tomó la tela que se encontraba colgada en uno de los hilos que usaban para secar los ropajes, y secó sus pies sin pensarlo dos veces, la tela era de su madre, pero sabía que tenía muchas de esas y una menos no sería problema. Ingresó cuidadosamente, encontrándose con ella sentada, acomodando una de sus otras creaciones en la muchacha de prueba.
Se giró sobre sus talones para seguir su camino.
-Samantha.-la llamaba con ese tono
cuando estaba enfadada. Cuando la observó, tenía las arrugas en su frente y sus manos ocupadas por las agujas.-¿Madre?
-Disculpa querida.-le sonrió a la joven, y luego alejó a Samantha un poco de allí, con la mano en su hombro. Llegaron hasta detrás de la sala, y se dirigió a a su hija.—Que imprudente eres. Ese vestido te pertenece, y deberías estar allí.—atacó la madre. Samantha la miró sin decir nada, otra vez estaba haciendo un vestido que no usaría. La mayor suspiró.—Ve a tu habitación y dile a la doncella que prepare tus pertenencias.—dijo eso último para luego ir hacia la muchacha.
—¿No sientes dolor? Soy tu única hija mujer.—vio la expresión dura controlar sus más sensibles sentimientos, solía ser una mujer con sentimientos blandos, pero se había inventado esa capa de dureza para la educación de su hija, porque ella no era así.
—Lo siento hija, pero alguien debe arreglar tu temperamento y rebeldía, estoy pensando en tu futuro.
La aludida sólo guardó sus palabras, y corrió escaleras arriba, cruzó por los pasillos de la casa, y luego abrió la puerta del baño. El corazón le dolía de lo mucho que habían dañado esas palabras.
Su madre solía regalarle vestidos de las mejores telas de Inglaterra, y lo valoraba, pero usaba los vestidos más comunes que su armario guardaba y era uno de los grandes reclamos por parte de su progenitora. No podía aceptar que su hija odiaba usar vestidos tan ostentosos y brillantes, y por esa razón tenía una decepción hacia Samantha y esta lo notaba cada vez que la miraba.
No se sentía avergonzada por saber que valía más que un par de palabras dichas por un hombre con mucho dinero. La mujer le reprochaba por no ser como sus primas, mujeres en busca de un hombre que les proporcione cuidados, dinero y posición en la sociedad. Pero la pelinegra no necesitaba un título comprado, se tenía a sí misma.Se miró al pequeño espejo, y echó un poco de agua en su rostro para sacar la tierra que se había pegado en las mejillas, aún con un nudo en la garganta.
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Samantha.
Historical FictionSamantha Wilson se ve amenazada ante la orden de sus padres de asistir a un convento de monjas, pero sus hermanos la salvan, yendo directo al lugar menos deseado para ella. La Mansión Brown. Los recuerdos de su niñez con los herederos Brown inundan...