Goldmi se sentía increíblemente confortable desde que había vuelto a la selva. Ya lo había sentido cuando había traído al espíritu, pero no había tenido tiempo de disfrutar de la sensación como ahora podía.
Mientras se acercaba a la muralla de madera, podía sentir la conexión con la naturaleza, como las plantas le susurraban con afecto, como su energía se entrelazaba con la suya. Sentía que podía usar su ayuda si se lo pedía, como, de alguna forma, su propia presencia las ayudaba y alimentaba a ellas.
No era una sensación desconocida. Ya la había sentido antes, pero no había sido tan consciente hasta ahora. Antes de partir de la aldea de iniciación, su nivel era mucho más bajo. Y, en el oasis, la magnitud no era comparable a la de una frondosa y extensa selva.
Entró al puesto avanzado ante la mirada atenta de dos vigilantes en las puertas, y otros dos en un par de pequeñas plataformas sobre la muralla, demasiado sencillas para ser llamadas torres.
Saludaron amistosamente al grupo, y a ella la miraron con curiosidad, pues les era desconocido su rostro. Supusieron que era una nueva aventurera que habían encontrado por el camino, lo cual no era una situación excepcional.
Quizás lo era algo más que llevara una enorme lince con ella, aunque no era la primera ni sería la última en estar acompañada por uno de los habitantes de la selva. Aunque, si se hubieran percatado del espíritu que iba con ellos, se hubieran sentido bastante más sorprendidos.
Los esperó a que dieran su informe sentada en una mesa, y bebiendo uno de los zumos que había sacado del inventario. La lince estaba acostada a su lado, disfrutando de un más que merecido descanso, y el resto de aventureros y soldados la miraban disimuladamente a lo lejos, esperando que llegara el grupo para presentársela. O casi todos.
Un hombre corpulento, de piel verdosa, musculoso y de algo más de dos metros de altura se acercó a ella. Era un orco, de una de las tribus que tenían buena relación con los elfos.
–Hola preciosa, no te había visto antes aquí, ¿eres nueva?– se presentó, sentándose a su lado y apoyándose sobre la mesa, su aliento oliendo a alcohol.
La elfa tuvo que ocultar su disgusto. No le gustaba aquella actitud. Le recordaba a la de su ex. A la ella del pasado.
–Sí– respondió secamente.
–Ah, ya veo. Te puedo enseñar la zona. Hay unos lugares muy hermosos e íntimos por aquí– se acercó un poco más, provocativo.
–No es necesario– volvió a responder secamente, alejándose un poco.
Se sentía algo intimidada, pero mucho menos de lo que lo hubiera estado en el pasado. No sólo había pasado por mucho estas últimas semanas, sino que no estaba sola. De hecho...
–¿Quieres que te lo quite de encima?– se ofreció su hermana, mostrando sus garras.
–Oh, vamos, no seas tímida, vamos a dar una vuelta– siguió el orco, agarrándola fuertemente con la mano.
La felina hubiera saltado ya si su hermana no le hubiera dicho lo contrario. Y más de un aventurero estaba a punto de acercarse y mediar, pues su compañero se estaba sobrepasando, y lo conocían demasiado bien.
Pero no hizo falta. Aunque pudiera parecer débil, y el arco indicara que no era alguien especializada en combate cuerpo a cuerpo, el nivel de la elfa era superior a la mayoría de los que estaban allí, particularmente al del orco.
Movió la otra mano bruscamente, cogiendo la del orco y soltándola, además de empujarlo hacia atrás. Pero, lejos de acabar allí, éste volvió hacia ella, visiblemente enojado.
–¡Zorra! ¡Cómo te atreves! ¡Voy a tener que...!
–¡Bum!
Un garrote impactó en la cabeza del orco, dejándolo inconsciente en el suelo. La elfa miró confundida y sorprendida a la dueña del arma, una orca igual de alta que el otro, y que la miraba fijamente. No se dio cuenta que el resto suspiraban entre aliviados y resignados, por una escena relativamente habitual.
–Disculpa a mi hermano. Es estúpido. Y más cuando bebe. Me ocuparé de darle una lección– se disculpó ésta, con una leve reverencia.
A continuación, se agachó para agarrar a su hermano de un brazo y arrastrarlo hacia la enfermería, ante la mirada patidifusa de Goldmi. Incluso la felina se había sorprendido.
–Veo que has conocido a Grujzhor y Grulzha. No son mala gente, pero hay que alejarse de él cuando bebe. Por suerte, su hermana lo mantiene a raya– llegó entonces Omny, sonriendo un poco forzado. Era una situación un tanto incómoda.
–Ya... veo...– balbuceó Goldmi –. Son un tanto... peculiares.
–Ja, ja, ja. Peculiares es una descripción muy amable para ese zoquete– rio Jarlia –. ¡Eh, chicos, acercaros! ¡Dejadnos que os presentemos a Goldmi!
Muchos había esperado ese momento para conocer a la recién llegada, y no dudaron en acercarse y presentarse. Alguno miraban con algo de suspicacia a la lince, pero había aún más curiosidad, aunque ésta básicamente los ignoró.
Incluso Grulzha se acercó, disculpándose resignadamente de nuevo por su hermano, y ante la mirada de empatía del resto. Sabían los problemas que le ocasionaba éste cuando bebía. Por desgracia, había estado ocupada, así que no había podido controlarlo antes de que volviera a ocasionar problemas.
Y, por desgracia para Grujzhor, el golpe en la cabeza no sería nada en comparación con lo que le esperaba cuando despertase. Además, no sólo tendría que disculparse repetidamente con la elfa, sino que pasaría mucho tiempo antes de que pudiera volver a beber, o de que su hermana lo perdonara y volviera a dirigirle la palabra. A pesar de lo terrible de las broncas, lo que más le dolería sería haber vuelto a decepcionarla. Se prometería de nuevo cumplir con su promesa de no beber. El tiempo diría si lo conseguiría.
Por otra parte, muchos miraban a la recién llegada con cierto respeto después de haberse enfrentado a Grujzhor, aun sin conocer sus habilidades. Pero cuando el grupo que había venido con ellos reconoció que los había salvado, dicho respeto se disparó.
Era cierto que era de nivel superior, y por tanto más fuerte que ellos, pero lo que la hacía merecedora de su admiración era el haber salvado a los suyos. Todos eran allí como hermanos, combatían juntos a un enemigo común, así que la benefactora de uno de ellos era la de todos.
Y eso que no sabían que era una visitante o sus habilidades. Y mucho menos lo del general. Sólo el comandante del puesto, que la observaba desde la distancia, poseía esa información, aunque no acababa de dar crédito a ella. Estaba esperando a que se calmaran para intentar verificarla, antes de informar a sus superiores.
ESTÁS LEYENDO
Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasyCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...