Artemis jamás había encontrado algún gusto que fuera fructífero para él, no era bueno con los números y mucho menos con las fórmulas, no entendía la biología y dudaba hacerlo con la anatomía, sabía de historia, pero le causaba cierto recelo enseñarla. Había optado por estudiar psiquiatría una vez que saliera de la escuela, pero se le hacía agonizante entender a otros cuando ni él se entendía. Terminó optando por estudiar Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesas porque como todo buen poeta frustrado, quería inculcar el arte de la palabra a jóvenes que recién se encontraban en el apogeo de la vida.
Amaba su trabajo, no obstante, no a su vida o eso llegó a creer hasta que conoció a la mujer que lo cambiaría. Tenía más o menos su edad (tal vez él era mayor por tres veranos), se habían topado por casualidad cuando ella le enseñaba a adultos inglés en Auteuil y a pesar de que estaban en pleno invierno, la palidez le sentaba de maravilla; su piel de por sí era pálida con un cabello color canela, recuerda aún sus ojos color miel que se perdían en esas largas pestañas. Su nombre era Annette, aunque amara más su hipocorístico de Anne, Artemis siempre la llamaba por su nombre completo, Annette Rév. Discutían de vez en cuando de películas soviéticas y de ensayos anticuados de expatriados, a veces hablaban de Edgar Poe y de su amor condenado a la desgracia con Virginia.
"en ese reino más allá de la mar
un soplo descendió de una nube, y heló a mi
bella Annabel Lee"Y bajo letras de poemas a una difunta, se terminaron enamorando como condenados.
Years later.
Los trámites del divorcio yacían en la mesa con un bolígrafo a su costado, cómo era posible que luego de tanta intimidad y amor, todo acabara con uniones ilegales. Artemis la observó con un desconcierto controlable, pues después de tanto tiempo se había convertido en un hombre con un autocontrol exasperante. El mayor alzó la vista manteniendo una postura erguida, apenas era capaz de formular pregunta que respondiera todas sus dudas de una sola vez.—Te fui infiel.
Annette escupió con veneno como quien busca acabar lo más antes posible con el sufrimiento, sin balbucear en sus palabras, también confesó que llevaba una vida infeliz desde hace tiempo y que había luchado por meses para no recurrir a eso (como si aquello le fuese a consolar un poquito) todo con una simpleza envidiable. Y de cierto modo comprendió a qué se debía su buen humor luego de las supuestas horas extras en el trabajo.
Cómo era posible que aquel poema de Poe presagiara cómo su amor se helaría por un soplo de un foráneo del reino más allá del mar.
Cómo era posible que luego de un amor tan frenético, íntimo y palpable, quedara uno que apenas podía ser saciado aún si se hubiesen embebido por cada partícula del otro.—Te engañe, ¿No me vas a decir nada?
Podía decir que se ofuscaba con sus palabras, pero luego de meditar, sólo podía sentir lástima por ella. Le desagradaba la idea de ofenderla, sacarle las verdades en cara luego de tanto amor, sentía que debía callar porque realmente no podía obligarla a quedarse.
—Realmente no sé qué decir, los firmaré si eso deseas.
Y sin refutar, tomó el bolígrafo para firmar los papales, su mano umbrosa no titubeó en hacerlo aun si por dentro estaba terriblemente asustado. Le ofreció la documentación en silencio, pero en vez de que Annette se lo aceptara, se echó a llorar en sus brazos, a llorar como si fuese ella la que estaría firmando el divorcio. Artemis no era de mostrarse atento a las mujeres a menos de que estas se precipitaran, pero lloró hasta dejar su rostro húmedo y sus ojos rojos e hinchados de tanto hacerlo que no podía no corresponderlo. No entendía si lloraba de felicidad o de arrepentimiento, pero a veces para evitar un corazón aún más roto es mejor no preguntar. Se quedaron por largos segundos bajo esa atmósfera melancólica antes de separarse.
—Adiós, Artemis.
Lo dijo como si hubiese llevado reteniendo esas palabras más de lo imaginado y envolvió sus brazos por encima del cuello del mayor atrayéndolo nuevamente hacia ella y ahí, lo besó largo y fuerte. Su beso le supo a melancolía y a mentira, pero por alguna extraña razón, la besó de vuelta con una determinación violenta y excitante porque sabía que sería definitivamente el último.
Al apartarse, se observaron silenciosamente por un momento cruzándose en ambos semblantes una pacifica sonrisa.
—Adiós, Anne.
Lo último que escuchó fue una dulce risa salir de sus labios antes de desaparecer por el pasillo y se quedó ahí en la sala hasta que escuchó la puerta principal cerrarse detrás de él.