C a p í t u l o 23

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Locura y cordura

Todoroki Shouto ya no podía aguantarlo.

Las evaluaciones lo estaban consumiendo, al igual que a todos sus compañeros. Las cosas no se ponían fáciles, y a eso se le sumaban los sentimientos que despertaba en él estar cerca de Midoriya.

Para rematar ni siquiera los entendía, cosa normal de los primeros amores.

Trató de mantenerse alejado, con la culpa de haberle hecho daño como una excusa para no acercarse.

Pero ni él mismo podía aguantarlo. Sentía que poco a poco perdería la cordura y nadie se daba cuenta de eso.

Una parte de él no soportaba tenerlo cerca, y otra aún más fuerte lo necesitaba a su lado. ¿Eso tenía algún sentido?

Estaba rozando el umbral de la locura. De veras odiaba ser un adolescente hormonal.

Qué inútiles, estorbosos, problemáticos y complejos eran los sentimientos. Además de innecesarios.

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Las chicas se mantenían fuera de la puerta. Todas veían con miedo y recelo hacia la habitación.

—¿Cuánto tiempo lleva así, Tooru? —cuestionó Jirou con su Earphone Jack adherido a la puerta, tratando de distinguir los sonidos confusos.

—N-no sé, desde hace veinte minutos más o menos, cuando la vine a buscar ni siquiera me notó pasar —explicó Hagakure, aterrada.

—Gero, gero. La perdimos —añadió Tsuyu, sin pelos en la lengua.

—Sabía que se estaba comportando de forma extraña, pero... Esto es exagerado —dijo Momo, con culpa de no haberle ofrecido su ayuda y verla llegar a esos extremos.

Mina se puso de pie, ya cansada de no intervenir. Le preocupaba lo que pudiera pasar tras la puerta, y quería ir directo al grano. Su amiga las necesitaba.

—Vamos a entrar. Ahora. Me da igual si tengo que derretir el pomo de la puerta —recalcó sus palabras chocando sus puños y poniéndose en guardia.

—Espera, creo que se me ocurre una idea... —la detuvo Momo, y se dispuso a contarles.

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Un grito de absoluto terror cercenó la tarde en los edificios del internado.

Las cosas se movían de un lado al otro, estrellándose contra toda la habitación. Una chica castaña trataba de protegerse y revertir su error de alguna forma, recitando palabras en un idioma desconocido, pero todo en vano.

Las cosas se suspendían en el aire, en una pantomima perturbadora. Las velas se apagaron, una corriente helada atravesó la habitación a oscuras.

—U r a r a k a... —clamaba una voz irreconocible.

—¡¿Cómo sabes mi nombre, oh, poderosa diosa, espíritu sagrada?! —replicó la chica, poniéndose de rodillas sin saber hacia donde debía mirar.

—O c h a k o...

—¡Dime qué debo hacer, oh imponente diosa del amor!

—D i m e l o   t ú.

—¡¿Q-qué quieres que te diga?!

—¡¿Qué se supone que estás haciendo, Ochako-san?! —cuestionó Hagakure, hablando por fin con su voz, y encendiendo la luz de la habitación.

La aludida, atrapada in fraganti, terminó haciéndose flotar a sí misma, sin palabras para poder explicar lo que sucedía.

Las demás observaban por una rendija de la puerta entreabierta, y decidieron ingresar a la habitación, llevándose una sorpresa.

—Definitivamente, la perdimos, gero gero.

Había una especie de altar, rodeado de lo que parecían pétalos de alguna planta. Una foto de Midoriya Izuku, junto con uno de sus rizos, estaba detrás un par de agujas puestas en cruz. Habían algunas frutas, ofrendas, y restos de incienso.

El cuarto apestaba a esencia de alguna flor de oriente medio.

—Uraraka... ¡¿Qué demonios estás haciendo?! —inquirió Jirou, sin poder imaginarse siquiera una explicación lógica a lo que estaba viendo.

—Yo, eh... Nada...

—¿Eso es un amarre o qué...?

—Es inofensivo, jaja —aclaró la muchacha, avergonzada—. Es solo para la... Suerte. Sí. Jaja.

—Pero hace un rato proclamaste por una tal diosa del amor —observó Hagakure—. Ochako-san, puedes decirnos qué sucede...

—Ya sabemos que te gusta Midoriya —añadió Mina, pretendiendo calmarla.

Tsuyu se sentó al lado de la pobre castaña atosigada, tratando de darle ánimos. Ni ella, que sabía lo triste que estaba por el rechazo, llegó a imaginarse algo tan extremo.

—Es que yo... A él le gusta otra persona —confesó Uraraka, dejando salir un par de lágrimas.

Ya no podía negar que le dolía también.

—¿Se lo dijiste? —cuestionó Mina.

Ella solo asintió con la cabeza. Sentirse tan descubierta, en un estado tan deplorable de desesperación la avergonzaba.

Yaoyorozu se acercó a ella.

—No es el fin del mundo, Uraraka-san. No eres la única que ha pasado por algo así, pero te comprendo. Es triste, y duele bastante —concedió—. Sin embargo, no puedo aceptar que hagas algo así.

—¿Un ritual hindú para enamorarlo perdidamente de mí?

Joder, en voz alta sonaba peor.

La muchacha prefirió ignorar eso y prosiguió.

—Tú vales más que todo esto, amor propio Ochako-san. También puedes contar con nosotras si necesitas hablar. No queremos que enloquezcas, eh.

—¡Salud mental, Uraraka! —la secundó Mina, gesticulando cómicamente con las manos.

La castaña sonrió un poco, alegre de haber conocido gente tan maravillosa que la apoyaba incluso después de toda esa locura vergonzosa.

Dios, definitivamente ese poder del amor era una cosa seria. O más bien una locura incomprensible.

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My Hero's LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora