Está helado. Siento ese frío que cala los huesos y que congela los pulmones al inhalar un poco de oxigeno. Lo siento más intenso en esta casa, donde no puedo sentir el calor humano; donde las paredes están tan húmedas que en cualquier momento se podrían caer; donde hay mucha gente melancólica llorando en los rincones, sirviéndose almuerzo o cualquier cosa antes de partir, pero donde a pesar de eso me siento sola. Es como me ha sucedido toda la vida: puedo estar rodeada de gente, pero para sentirme acompañada sólo debo estar con él. No puedo salir en este estado a la calle, debo ponerme un abrigo, pero primero pasaré a comer un poco a la cocina, no he comido nada en más de 24 horas y haber llorado todo el día de ayer me fatiga más. Salgo de mi cuarto a paso lento, no puedo ir más rápido porque mis piernas no soportan mucho ahora. Mientras camino por el pasillo para llegar a la cocina recuerdo cada una de las cosas que hacíamos en esta casa, reímos tanto, jugamos tanto, lloramos juntos e incluso hicimos cosas que no puedo contar a nadie. Al llegar a la cocina ,mi hija, Sussan, me sirve un plato de fideos con salsa blanca y lo como rápido para volver a mi cuarto a cambiarme, ya que queda una hora para tener que salir.
Al llegar a mi cuarto, me recuesto un rato al lado derecho de la cama, ya que el izquierdo le corresponde a mi marido y por alguna razón no quiero que su olor desaparezca. Cierro los ojos y comienzo a recordad su rostro que conozco perfectamente desde que teníamos 17 años, en el 2012. Han pasado 60 años desde esa fecha y aún sigo amándolo como lo hacía en ese entonces, de hecho, supongo que lo amo más porque cada día caigo más en su red, a pesar de que tengo más de 70 años y él ya no está aquí. Recuerdo la primera vez que vi sus ojos azules, su cabello negro azabache y su piel pálida. Desde ese día ha sido mi único pensamiento. Al pasar unos 15 minutos desde que me acuesto, me levanto y abro el armario para sacar un abrigo oscuro por la ocasión, y al abrirlo cae un pollerón azul que siempre usaba Eduardo. Me quedo con el pollerón en las manos para recordarlo un poco más y hacerme más daño cuando siento el sonido de un arrugamiento de papel. Reviso los bolsillos del interior y mis dedos tocan algo como un papel bastante arrugado, el cual saco y estiro para comenzar a leerlo. Al darme cuenta que decía quedo totalmente sorprendida, ¿Cómo aún tenía aquel papel guardado si han pasado tantos años desde que lo escribimos? Es la primera carta que me escribió. Bueno, no sé si a eso se le puede llamar carta ya que no tiene destinatario, remitente o fecha, y porque en esos tiempos nadie escribía ni leía, por lo que sería completamente extraño que un adolescente de 17 años escribiera a una carta. Llamémosle mensaje, ya que no fue tan romántico como para decirle carta, sólo llegó a mi mesa en la clase de historia. Lo leo una y otra vez creando sonrisas en mi rostro, riéndome de la forma tan fría que le escribía todo, de la forma irónica e hiriente que hablábamos, de la forma en que me enamoró. Entonces, en lugar de buscar algo para estar abrigada en el funeral, prefiero acostarme con el pollerón en las manos y recordar la edad más hermosa que he vivido: los 17 años, donde conocí la amistad, el amor, el perdón, el odio y que también hay personas con las que puedes hablar sobre temas en comunes, que no todos son egoístas y también hay gente soñadora. Comienzo a recordar la fecha en que lo conocí, el momento en que mi vida empezó.
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Sólo soy yo cuando estoy contigo
RomanceAlexandra era una adolescente muy poco común para muchos de sus compañeros de escuela. Nunca hablaba con la gente y era considerada totalmente friki y antisocial. Nunca había tenido relación con nadie, ni siquiera amistosa, eso hasta que comenzó el...