Johnny "Grifter".

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Seguimos caminando durante unos minutos más, avanzando aquellas manzanas que nos faltaba por dejar detrás, hasta que vimos a aquél sujeto con la camiseta de Slipknot, su gorra negra y vieja, sosteniendo un Camel entre sus labios, posado como un cuervo observando las inmediaciones de la calle donde vivía.

—¡Qué onda, viejón! Otro día sin verte en clases —le saludó Curt a John, chocando las manos mientras estaba montado en la bicicleta—. ¿Ya no piensas estudiar o qué?
—Qué onda hommies, ¿cómo les pegó la merca que les llevé ayer? —dijo en tono alegre, sosteniendo el cigarrillo entre su índice y pulgar izquierdo.
—Mejor ni preguntes, maldito imbécil, esa mierda estaba podrida —dijo Charly mientras lo amenazaba con la mirada.
—A este imbécil le dio la pálida con el primer toque —respondió Curt a carcajadas, con un tono de burla.
—¿En serio? ¡Diablos! —dijo entre risas—. Cuenta, ¿cómo estuvo tu viaje?
—Te dije que no preguntes, imbécil, espero que la de tu amigo el dealer compense esa porquería, todavía me siento del asco.
—Debiste verlo, John, por un momento pensé que lo perdíamos, se veía más muerto que un perro atropellado —dije riéndome mientras recordaba la manera en que Charly me pedía agua, como si fuese un vagabundo.
—No inventes, ya me imagino —dijo riendo y soltando humo del tabaco a la derecha—. Justamente hoy iba a ir al depa, por la bicicleta. Menos mal que me la trajeron, el calor ha estado en su punto.
—Está por la mierda, no sé cómo puedes estar fumando aquí afuera. ¿Ya te regañó tu mamá otra vez? —Preguntó Curt. Pese a sus casi 27 años, John aún vivía con su madre y se la pasa pelando con ella. Por lo que sabemos, es hijo único y su padre trabaja lejos de casa por temporadas.
—Sí... la vieja me obliga a quedarme aquí afuera si quiero fumar, tuve que ponerme algo de sombra para no morirme, pero la verdad te relaja estar viendo los paisajes del vecindario, ignorando el calor todo está perfecto.
—Eres todo un caso, John. Por cierto, ¿cómo van las ventas con el Dylan? —Pregunté. Dylan era su amigo el dealer, quien nos iba a vender la mercancía.
—Ahí la llevamos, tuvimos un problema con los que trabajan con Polar, pero Dylan lo arregló hablando con un conocido. No sé cómo está llevando el negocio, pero ya no hemos tenido problemas.
—Menos mal, deberías cuidarte, Johnny, ya estás viejo, pero no lo suficiente para no verte más por aquí —agregó Charly—. Y menos sin antes darnos lo que prometiste.
—Idiota, solo les llevo unos años de diferencia. Nunca se es lo suficientemente viejo para intentar vivir un poco.
—Como digas, anciano —dijo Curt con un tono irónico entre risas— . Hey, ¿y la mercancía? ¿sí te la dejó Dylan?
—Hmm, digamos que sí, pero hay un detalle.
—Faltaba más... —dijo Curt, con un tono algo sarcástico—. No vayas a salir con una de tus mentiras, ya todos sabemos por qué te dicen Johnny Grifter.

John era conocido por muchos del barrio por el apodo de Grifter, o Johnny Grift, aunque no era muy listo para cosas académicas, este tipo era el más tacaño, mentiroso y oportunista de todos. No desaprovechaba una oportunidad para sacar ventaja, aunque nadie se diera cuenta de ello.

—No no, en serio. Tampoco crean que les voy a andar estafando a ustedes, que son compas.
—Bueno, ¿y de qué se trata? —preguntó Charly.
—Pues, no es nada grave, en serio. Lo que pasa es que Dylan tiene la mercancía, le dejaron dos onzas de la que les prometí, para que la vendiera como prueba para después ver si subirle el precio o quitarla de nuestras ventas. Es decir, por ahora no se preocupen de si tenemos o no, es solo que no lo pueden ver por la calle, tiene un problema con una banda que llega a fumar en el parque cerca de su casa. No les quiso vender, porque son unos odiosos y lo acosan siempre que le compran, y al no querer venderles más, lo amenazaron con darle una paliza la próxima vez que se lo encontraran.
—Ajá, ¿y qué quieres que hagamos? —preguntó Charly.
—Si lo que quieres es meternos en el problema, yo no me voy a estar peleando con drogadictos por tu otro amigo drogadicto, John —le dije a John con un tono serio.
—No no no, a ver, no me mal entiendan.
—¿Entonces qué quieres, imbécil? —dijo Curt, estando de brazos cruzados, montado sobre la bicicleta de John.
—El desmadre está así. Yo no puedo ir a la casa de Dylan porque esos tipos ya me conocen, ya saben que vendo con él. Es por eso que ustedes tienen que ir a la casa de Dylan y recogerla directamente.
—Nah, a mí se me hace que tu mamá no te deja deja salir de casa —dijo Curt en tono de burla.
—No, imbécil, es en serio. Déjenme el dinero y yo le llamo a Dylan para avisarle que ustedes van por la mercancía.
—¿Y por qué no le llevamos el dinero directamente a Dylan? —dijo Charly irónicamente.
—Les digo que la banda la trae contra Dylan, si los ven comprándole, les van a querer asaltar.
—Mmm. Yo creo que John tiene razón, deberíamos dejarle el dinero. Tampoco es como si no lo conociéramos. Solo espero que no salgas estafándonos, John —agregué, estando de brazos cruzados. No conocía mucho sobre las estafas de John, pero era un amigo nuestro, no creía que nos hiciera algún timo, o algo así.
—Exactamente... ¿cuándo les he fallado yo?
—Mejor no digas nada, imbécil, ayer casi me muero por la porquería que nos vendiste. —dijo Charly.
—Tranquilo, Charly, no es su culpa que unos cuantos gramos puedan contigo —dijo Curt entre risas. 
—Imbécil.
—Bueno ¿le dejamos el dinero? —Pregunté, esperando a ver algún avance en el trato—. Sino, nos va a llegar la noche aquí, y prefiero confiar en John aunque tengamos que caminar un poco más a que debamos comprarle la porquería que vende Polar. 
—Pues sí, ya dáselo, hombre. Ya quiero llegar a comer algo —dijo Charly.
—Bueno, y ahora, ¿en dónde diablos vive Dylan?

Era extraño visitar la casa de John, nunca había recorrido tanto aquella colonia en la que vivíamos. No sabía que el mercado quedaba tan cerca del departamento. Había tantos lugares tan cerca, que parecía una ciudad a escala, no estaba seguro de si me gustaba que fuese así, o no, puesto que al estar tan pequeño, las calles se llenaban de autos ruidosos y de gente transitando por la banqueta.

John nos dio la dirección de Dylan, su amigo dealer, y le llamó en nuestra presencia para que viéramos que no era un timo. Realmente yo no encontraba motivos para desconfiar de él, siempre fue un buen amigo, aunque lo tratáramos como un estúpido por algunas tonterías que decía en clase. Siempre nos pasaba los apuntes y demás, a veces se le extrañaba en el aula cuando nos aburríamos.

Desde que se volvió dealer, con su amigo Dylan, ha estado distante, porque es él quien hace las entregas y demás, y de esa manera casi solo lo vemos cuando se trata de comprarle un poco de mosh.

John nos explicó en dónde quedaba la casa de Dylan. "Recto, a tres calles giran a la derecha y buscan la que tenga un Impala blanco sin cristales" fueron las indicaciones del viejo John, las cuales se repetían en mi mente con su propia voz. Empezamos la caminata, habiendole dejado la bicicleta gris y los 5 dólares que nos gastaríamos en unas cuantas ramas de aquella buena hierba que nos prometió Johnny.

—¿Ustedes creen que nos estafe ese imbécil? —preguntó Charly.
—Nah, no creo, yo confío en el anciano, quizá sea capaz de engañarnos con la calidad de la hierba, pero no creo que nos robe —respondí.
—Quién sabe, ya me han contado varias de sus estafas y ese tipo es un demonio al que no hay que confiarle cuando se trata de dinero —nos dijo Curt.
—¿Ese imbécil? Sí lo creo capaz de mentir, pero no tanto para describirlo así —comentó Charly.
—¡En serio! No dudo que hasta a su mamá le haya robado alguna vez. Entre las cosas que me contaron, al otro dealer, Polar, le pidió dinero prestado a saber para qué, y no le pagó por meses, al final solo le dio una consola vieja que no valía ni la mitad.
—¿A Polar? ¿Y cómo diablos hizo ese imbécil para que Polar le aceptara la consola? —Pregunté, sorprendido de las hazañas del anciano John, pues, Polar era el dealer más temerario de este lugar. Nadie podía quedar a deberle dinero, porque días después, tendría a sus camellos tocando las puertas de su casa, por lo menos con un revólver y una navaja.
—Pues... ¿qué te digo? Así es ese imbécil de Johnny, no por nada le apodaron Grifter —dijo Curt soltando carcajadas de mi incredulidad hacia esa historia.
—Sinceramente me sorprende que ese animal siga vivo después de eso —dijo Charly, con una mirada reflexiba.

Curt seguía riéndose de nuestra incredulidad, pero nos parecía ya lo suficientemente grave lo de aquél dealer, que no era tan fácil digerirlo.

—Y es que eso no es todo. Ese sujeto ha sido detenido por la policía por lo menos dos veces, según lo que me han contado. La primera por fumar hierba frente a un oficial, con un cigarrillo al que le sacó todo el tabaco y lo rellenó con marihuana.
—¿Qué? ¿Y qué diablos hacía fumando hierba frente un oficial de policía? —Preguntó Charly.
—Fue una apuesta, apostó que no se daría cuenta.
—Y perdió, ¿no es así? Aparte de que lo detuvieron.
—Sí, pero ahí no acaba la cosa. Apostó 25 dólares con un sujeto a que no lo detendrían, aunque sí lo detuvieron, pero... por otro lado, apostó con otros tres tipos 25 cada uno a que lograría marear a un oficial de policía con hierba sin que se diera cuenta.
—¡Demonios! No te creo, viejo —dijo Charly.
—Ese hijo de perra... —expresé entre risas, aún con algo de incredulidad—. Entonces ese maldito se llevó en total 50 dólares a la bolsa, sin poner un centavo.
—Exactamente así es como me lo contaron.
—¿Y cómo es que no está en prisión por posesión de drogas? —preguntó Charly.
—Eso nunca lo sabremos... —respondió Curt moviendo la cabeza hacia ambos lados.
—Bueno, ¿y la segunda vez? ¿por qué razón lo detuvieron? —preguntó Charly con la duda inquietante en su expresión facial.
—Yo creo que ya se los contaré luego, en esta calle giramos a la derecha, y estén atentos al Impala blanco sin cristales que dijo John.
—Bueno, esperemos no encontrarnos a ninguno de esos tipos que nos comentó Johnny.

En ese momento, los tres giramos hacia el lado derecho, sobre la banqueta, y vimos una calle igual a todas las demás, con un alrededor de 15 casas de cada lado, y al final de la calle, en la esquina izquierda, un parque público en el que se reunían a fumar por las noches. Nos adentramos a la calle volteando hacia ambos lados, en busca de un auto tipo Impala, de color blanco, sin cristales en ninguna de sus ventanas. Estábamos por recoger nuestra hierba prometida, la "levantamuertos" como le habían llamado. Eran aproximadamente las tres y diez de la tarde cuando caminábamos por la acera, el calor había aumentado por lo menos un grado de temperatura, y estábamos ansiosos por llegar al departamento para probar la nueva mercancía y bajonear unas hamburguesas del "Gordo".

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