Capítulo 1

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Los Senadores observaban con preocupación los preparativos para la guerra. Serían los caballeros y los soldados reales quienes la acometerían, pues ningún duque había dado respuesta

-¡Desgraciados sean todos! Soy su rey y me pagan escupiendo a la corona- se desgañitaba Samuel, trajinando por los largos pasillos y salones del castillo de los Vimy.

La guardia real estaba apostada en el castillo, temían un golpe de estado en contra del soberano.

-No confío en los senadores y muchos menos en los duques. Tal vez ya estén urdiendo un plan para infamarme y así destronarme con facilidad. El duque Ciro siempre ha querido portar la corona, el cetro y sentarse en el trono- el hombre dirigió su índice hacia el trono, estaba de pie sobre una gran mesa de caoba rectangular, con los caballeros comandantes de las tropas estudiando los mapas y las tácticas.

-Debe ser cauto alteza- dijo Rino que se encontraba en el salón recostado de un mural -Sin el apoyo del Senado y de los duques, la inestabilidad política impera. No es cauto seguir con esta locura-

-¡No seas insolente Rino! estás aquí para que me aconsejes, no para que te unas a los pérfidos-

En ese momento llegó Eduardo, el consejero real de la economía, un hombre cercano a los sesenta años, ascético, delgado con el pellejo arrugado, el cabello completamente blanco y los ojos saltones. Soltó un pergamino sobre la mesa, respiró profundo y dijo -Pese a los grandes esfuerzos, no hemos podido alcanzar el avituallamiento requerido para la empresa, su majestad. Necesitamos de la comida y las manos de obras de los ducados. No podemos alcanzar los números...-

-¡Calla ya Eduardo! ¡así tenga que ir yo solo, o tenga que quebrar la corona salvaré a mi hija. Deja de ser quejumbroso, da alternativas no problemas-

-Podríamos crear un nuevo impuesto y pagarles a mercenarios- el consejero arrugó el ceño.

-Podríamos llevar a un embajador al Reino de los Montañas y de los Lagos, prometer tierras, enseres o la mano del príncipe para que nos den su apoyo- Rino se irguió por la gran idea que se le había ocurrido, el gesto de alegría que se dibujó en los ojos del rey hacía tiempo que no aparecía.

-Iván podría casarse con la princesa Natalia de Numbria, y así uniríamos nuestras fuerzas a uno de los reinos más poderosos del Gran Continente-

-Sin embargo, no creo que el Senado apruebe esa jugada su alteza- interrumpió Hirving uno de los caballeros.

-Ellos no tienen el derecho de escoger las parejas de mis hijos, eso me compete solamente a mí- El rey les echó una mirada perdida a los papeles sobre la mesa.

-Es cierto, ellos no tienen tal competencia -subrayó Rino.

El rey dio un golpe de alegría sobre la mesa. -Señores, preparen mis caballos, me acompañarán a Numbria a ofrecerle la mano de mi hijo a la princesa Natalia.

Los caballeros recogieron los papeles de la mesa, doblándolos y dejándoselos al criado encargado de guardarlos en los armarios de los legajos reales; un hombrecillo de aspecto insignificante, estevado, bajo, flácido, pero con el don del orden.

El rey salió de la habitación solemnemente -Quiero que comiencen con los preparativos -palmeó en los hombros a los caballeros que asintieron sin mediar palabras, y se apresuraron a llevar a cabo las órdenes del rey- Para mañana pondremos rumbo a Numbria.

Rino siguió al rey por los cuartos del palacio. -Señor debemos informarle al Senado de lo que hará-

El rey se rascó la cabeza -Hazlo tú mismo, pero mañana, una vez que me haya marchado- Samuel tenía la mirada pérdida en los pensamientos del futuro próximo.

Helen Vimy y el hada perdidaWhere stories live. Discover now