The Interview

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Capítulo 1: The Interview

Hacía calor. Un calor tan insoportable. Una capa cristalina de sudor comenzaba a cubrir su pálida piel. Su respiración, cada vez más errática y pesada, era el único sonido llenando aquella habitación. Parecía ser una broma o una burla de parte de algún ser superior: que sus últimos latidos fuesen desbocados e irregulares. Como si acabase de correr un maratón. Como si recién cruzase la meta: solo para darse cuenta de que se encontraba entre los últimos en lograr llegar.

Su cuerpo se sacudió en el suelo. La luz se colaba por las altas ventanas que se hallaban en el fondo del salón. La vista era hermosa, pero melancólica: como sacada de una trágica película recién filmada o un libro de horror que le había atrapado entre sus escenas. Afuera el sol se veía tan hermoso: tan radiante y cálido. Le recordaba las tardes tendida sobre la delicada yerba verde en el extenso jardín de la finca de sus padres.

Tristemente, al igual que la luz parecía filtrarse en la habitación a causa de la ausencia de cortinas, su vida parecía escaparse de su pecho.  Como si estuviese sosteniendo un trozo de hielo y desease, inútilmente, impedir que se derritiese. La vida se reía de ella porque no podría detener su destino.

La temperatura de su cuerpo parecía subir a una velocidad extremadamente rápida. Quizás era debido a la luz que entraba al desconocido salón desde los altos e imponentes ventanales. Quiso moverse, quejarse o pedir ayuda, pero solo un gemido de dolor atravesó su garganta cuando movió una de sus manos. Un dolor, que había ignorado anteriormente, comenzó a extenderse desde su pecho: bajó la mirada y observó la húmeda mancha roja en su traje blanco. 

-¿Qué has hecho?- escuchó una voz a lo lejos, una voz grave que le hizo estremecer.

No reconocía el lugar en el cual se encontraba. Se asemejaba al salón principal de su casa. Con la poca consciencia que tenía, sus ojos se deslizaron por sus alrededores. Había algo oscuro, casi siniestro, aferrándose a las paredes oscuras y al enorme candelabro de oro que colgaba en lo alto del techo.

-Estaba a punto de morir padre, lo siento mucho...sé que no debí...- escuchó otra voz, era un hombre...o quizás un adolescente...su voz era más aguda y llorosa: como si implorase por misericordia.

-No quiero más disculpas...ve a tu habitación de inmediato. Ya sabes que hacer.- habló nuevamente la primera voz.

Se escucharon pasos. Pasos rápidos que se alejaban sin ritmo alguno. La joven en el suelo podía imaginar el sonido acelerado de aquel corazón que se alejaba...solo que...no habían más latidos. Solo había silencio. Por un instante...incluso su corazón parecía haberse detenido...y ella estaba casi convencida de que había muerto. Solo había una pieza perdida en esa teoría.

Ella seguía mirando hacia aquel ventanal. El sol seguía estando allí en compañía de los árboles. El calor se disipó en un instante junto al dolor. Solo quedó un sentimiento de vacío. Un vacío profundo y aterrador. Se percató entonces que ese sentimiento provenía de su propio interior. Intentó comprender que estaba ocurriendo, pero la enorme puerta de madera se abrió dando paso a un hombre seguido de una mujer.

-Bienvenida a tu nuevo hogar, querida.- saludo el hombre arrodillándose a su lado.

El vestía con las ropas mas elegantes que ella jamás hubiese imaginado. Tenía unos ojos verdes, tan oscuros que algunos destellos de negro parecían querer burlarse de sus sentidos. El bastón en su mano tenia una serpiente en la punta: le inspiraba desconfianza por alguna razón reconocida. Él no parecía esperar una respuesta inmediata: solo le miraba a los ojos.

-¿Qué...- comenzó a preguntar ella, su voz se escuchaba más profunda y rasposa de lo normal: sentía su garganta demasiado seca.

Se detuvo cuando las ruedas de su cabeza comprendieron que algo estaba mal. Su mano derecha, pálida y delicada, se movió con rapidez hasta su pecho. Palpo allí: donde hace un momento había una herida. La tela seguía estando igual de húmeda; evidencia innegable de que hace algún rato una herida de muerte marcaba su cuerpo. No fue la falta de dolor o molestia lo que le hizo sentir aterrada. Fue otra ausencia la que lleno de terror su cuerpo. El silencio. La falta de latido. Levantó la mirada hasta encontrarse con unos ojos rojos que pertenecían a la mujer que, de pie tras el hombre, tenia una siniestra sonrisa adornando sus fieras facciones.

Instintos: BloodlustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora