Cierro mis ojos y me trago todas las ideas que se formaron en mi paladar a lo largo del día, desechando los pensamientos inútiles como superficiales formados por la emoción fugaz.
Ingiero una sobre dosis de mercurio líquido,
He de admitirlo, soy adicto.
El metal se desplaza por mi garganta, a mi estómago donde gélido se solidifica, y se extiende por cada rincón de mi sistema fluyendo por mis venas, causando un escalofrió en cada una de mis extremidades, tomare otro respiro.
Me estoy esforzando por no ahogarme en el exceso de oxigeno que me rodea.
Y ruedo por mi cama, apretándome a mis propias fantasías inútiles, porque ya no se en que más pensar después de esto.
Mis labios están secos, pero me negare rotundamente a romper mi burbuja de aletargamiento, no necesito nada.
Si es que pudiera escuchar otra voz además de la mía en esta silencia oscuridad, pediría que me dijeras "Te amo" una última vez, aunque esta petición este tan alejada de la realidad como mis alucinaciones, conservo la indefinida e inútil esperanza, que logra mantenerme sangrante y consiente.
Mis manos se debaten; desearía tomar la dosis más seguido.
Pero estos minutos infinitos y escasos deben de ser suficientes como para saciar mi ansiedad, y también para asesinar lentamente a mi conciencia y remordimientos, para que de esta forma la culpa me coma con una lentitud menor.
No siento la garganta, no puedo hablar, quiero gritar, pero el plateado solido a congelado mis cuerdas bocales profundamente, así como convierte mi estomagó en una ancla pesada junto con la que me hundo más y más, más un poco más, que la luz de mi propia esperanza nunca verdadera se agota.
Los parpados me pesan, y sé que debería ya de detener mi desenfreno de conclusiones mortuorias, pero mi mente se ha negado noche por noche a caer en la placentera inconsciencia del reino de Morfeo, obligándome así continuamente a ingerir mi propia condenada.
Arrojo al extremo contrario de la pieza la fuente de mi miedo y placer, me acurruco entre sabanas frías, recubiertas de calor sofocante, y mi cuerpo se niega a dejar de temblar inconsistentemente, las gotas me queman en la cara.
Lo admito, Soy Adicto.
Soy Masoquista,
Nadie más que yo, y solo yo, sabe cuánto daño me hago constantemente.
Pero me gusta, me gusta sentirme así y temblar por las noches.
Anhelando lo que no tengo, lo que perdí y lo que nunca conseguiré.
Pues esta dosis de Mercurio Liquido es mi morfina y mi amoniaco.
Y mi Mercurio Líquido.
Es esta soledad.