A los cinco me daban asco los niños. Excepto uno, mi mejor amigo Shawn.
A los diez todas las niñas habían dado ya su primer y tonto beso. Excepto yo.
A los doce los niños ya no eran un problema para mi.
A los quince sentir algo por mi mejor amigo parecía ser un problema, de los gordos.
A los dieciséis enamorarse ya no parecía ser un problema. Excepto sí se trataba de Shawn de quien estaba enamorada, ahí si había problema.