Destellos

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Capítulo 3
Destellos

Hay una primera vez para todo en la vida. Ella nunca había experimentado la lujuria en su estado más primitivo. El deseo si. Había deseado a tres mujeres diferentes a lo largo de sus 24 años. El deseo la hacía imaginar variados y muy creativos escenarios. La mayoría de ellos acababan en su enorme cama de cuatro postes y sábanas de seda tan negras como el cielo en las noches vacías de estrellas. Era joven, y su imaginación muy elocuente. Aun así, solo una vez logró actuar según sus deseos internos más profundos.

Era una noche de luna menguante. Las estrellas llenaban el cielo pintado entre negro y azul oscuro. Desde el alféizar de su pequeño balcón la ojiverde había pasado minutos contemplando hacia el bosque. Los variados tonos de verde lograban capturar sus sentidos.

Ella tenía 23 años cuando ocurrió. Su cabello, en esos entonces, negro y rozando unos centímetros por por debajo de su cintura, siempre había sido difícil de manejar. La señora encargada de ayudarle a vestir y peinarse estaba enferma ese día. La señora Elvira había estado encargada del cuidado personal de la mujer de ojos verdes desde que esta era una niña. Ante la situación, Elvira, había enviado a una joven de cabello color almendra y ojos verde esmeralda para que cumpliese con sus labores. La pelinegra luego se enterraría que la castaña ella sobrina de su cuidadora. Fue solo verla y quedar totalmente anonadada por la belleza de aquella mujer que podría tener uno o dos años menos que ella. El humilde traje rosa pálido se aferraba a sus caderas estrechas y abrazaba casi con delicadeza su pequeño busto.

La pelinegra había salido desnuda de la tina cuando se encontró con los ojos de la sirvienta. Gotas de agua deslizándose por su pálida piel y yendo a parar al suelo. La joven le dijo que se llamaba Alejandra y explicó que estaría ayudándole durante esa noche. Los ojos de ella se desplazaron por la mujer de cabello más claro y solo sonrió antes de extender sus brazos para que comenzase a secarla.

Era una actividad muy común: le habían ayudado a prepararse para la cama desde que tenía memoria. Pero en esos momentos se sentía diferente. Las manos de Alejandra eran suaves, y se movían con un poco de torpeza. Ella se fijó en los ojos color esmeralda que inútilmente intentaban no deambular por su cuerpo de manera que fuese considerada indecente. La pelinegra sabía, por comentarios de algunos mozos y amigas, que muchos envidiaban su físico. No era extremadamente delgada, no como muchas de sus amistades. Pero las curvas de su cuerpo eran agradables a la vista y en las de una ocasión había percibido las miradas que le seguían.

Fueron aquellas miradas que la mujer más joven le dedicaba las que encendieron un aviso en su cabeza. No fue muy difícil captar el deseo oculto en los ojos de la mujer castaña. Ese deseo que la pelinegra logró ver la impulsó a deslizar sus dedos por el antebrazo de la otra. Sintió la piel erizándose al paso de sus caricias. Alejandra estaba delante de ella, intentando acabar de cerrar los botones de la bata de dormir. La mujer de cabello color almendra se detuvo por completo al sentir los dedos de la pelinegra.

Se miraron a los ojos. El verde mezclado con azul de la pelinegra perdido en el esmeralda de la castaña. Como si conociesen una él deseo oculto de la otra. Ella sonrió, una mezcla de inocencia y coquetería. En su memoria no estaba claro quién se acercó primero, pero si recordaba el toque de aquellos labios suaves y cálidos sobre los suyos. Fueron besos cortos, en un inicio, solo el roce de sus labios. La lengua de ella pronto acarició el labio inferior de Alejandra, quien sonrió con algo de malicia. Cuando la lengua de la pelinegra volvió a salir en busca de algo desconocido, la otra le estaba esperando para chupar el húmedo miembro y sonreír ante su logro.

Los besos hacían arder su cuerpo. Sentía calor recorriendo todas sus extremidades y una incomodidad expandiéndose entre sus piernas. Sentía un palpitar en su zona más íntima, y no tenía idea de cómo lidiar con las sensaciones. Cada beso era mejor que el anterior. Sus bocas pronto parecían conocer el baile ideal para  llevarles a la locura. La pelinegra se aferró a ellos como si su oxígeno proviniese de aquella boca ligeramente enrojecida por los besos. Cuando se despidieron, tenían ellas las pupilas dilatadas. Un deseo inconcluso palpitando entre ambas.

Instintos: BloodlustDonde viven las historias. Descúbrelo ahora