Capítulo 22.

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—Hay una revolución de sentimientos en mi cabeza —comencé con la mirada en un punto fijo de la sala—. Todos son tan contradictorios que no sé... —hice una pausa intentando tragar el nudo de mi garganta—, no sé cómo sobrellevarlos.

El doctor James asintió con la cabeza y volvió a apuntar algo en aquella libreta que siempre llevaba encima y de la cual las ganas de echar una ojeada nunca desaparecían. Luego me miró, dejó la libreta sobre el escritorio que nos separaban y cruzó sus dedos mientras se acomodaba en la silla.

—Es totalmente normal que te sientas así. Lo quieres y te ha hecho daño —comentó, lo miré directamente a los ojos.

El silencio que reinaba la sala no hacía más que angustiarme aún más y ponerme los pelos de punta. Me sentía cómoda con el doctor James pero incomoda en esta sala que me producía claustrofobia.

—¿Qué debo hacer? —pregunté rompiendo el silencio.

Tenía un nudo en la garganta que me apretaba y casi me impedía que el oxígeno corriera por ella. Había dormido fatal esta noche y eso mi cuerpo comenzaba a notarlo, sentía mis parpados pesados.

El doctor suspiró a la vez que llevaba una de sus manos a sus gafas y las subía, colocándolas en la cima de su cabeza. Moví mi mano con inquietud y un escozor me inundó, con una mueca observé la venda que tapaba la piel de mis nudillos.

—Juega a su mismo juego.

Fijé mi mirada en sus ojos, para luego de unos segundos entrecerrarlos ligeramente con confusión. El doctor alzó una ceja levemente dándome a entender a lo que se refería. Entonces abrí un poco la boca entendiendo el significado de sus palabras, una pequeña sonrisa surcó sus labios arrugados.

***

Mi cuerpo tiritó luego de sacar las manos de mis bolsillos para llevarlas a la manija de la puerta que se encontraba más fría que un trozo de hielo. La apreté ligeramente y la deslicé hacía abajo consiguiendo que la puerta se abriera. Maldito tiempo de locos en esta ciudad.

La sonrisa encantadora de mi madre me recibió con gusto en el momento en que me senté en el asiento del copiloto y cerré la puerta tras de mí. La miré intentando devolverle la sonrisa aunque solo conseguí devolverle una mueca y supe que lo había notado por como su sonrisa se desvaneció automáticamente.

Mi madre llevó una de sus manos hacía mi pierna desnuda y la masajeó, su suave tacto relajó un poco mis músculos y un suspiro cansado escapó de mis labios en un acto inconsciente.

—¿Te encuentras mejor? —me preguntó buscando mi mirada.

No contesté, simplemente asentí fijando mis ojos en los grisáceos suyos. Mi madre no pareció muy convencida pero asintió de igual manera y no volvió a insistir.

Las calles a nuestro alrededor estaban bastantes desoladas esa mañana, hacía mucho frío aquel día y eso hacía que a las personas no se les apeteciera salir. Empiezo a pensar de que la ciudad no era tan magnifica después de todo ya que el maldito tiempo hacía que las ganas de venirte un verano aquí desaparecieran. Y ni hablar del precio de las cosas. Solo esperaba que unas horas más tardes volviera a venir el calor y que por lo menos pudiera salir a despejarme un poco, siempre y cuando no me encontrase con él.

Mi madre arrancó el coche y todos mis pensamientos se esfumaron en el momento en que mi móvil vibró en mi bolsillo del pantalón, suspiré antes de sacarlo de ahí. Este día no sabía hacer otra cosa más que suspirar.

—¿Quién es?

Ignoré la pregunta de mi madre y solo me enfoqué en observar el nombre de la persona correspondiente que me había enviado aquel mensaje:

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora