—Puedes ayudarme con las bebidas —dijo Alexa más tarde mientras esperaba que llegaran los primeros invitados. Habían colocado en una mesa larga todos los platos fríos y varias ensaladas. Todo ofrecía un aspecto estupendo. Alexa llevó a cabo con Jane, lo que ella llamaba un «trabajo de rescate». Le cepilló bien el pelo y le maquilló el rostro. El apartamento estaba inmaculado y las muchachas se sintieron orgullosas al ver todo ordenado y limpio.
Jane se miró en el espejo y su aspecto atractivo la hizo adoptar una expresión burlona. Exteriormente estaba bien. Nadie adivinaría lo que sentía en su interior, ya se encargaría ella de eso.
Se oyó el timbre de la puerta y Alexa sonrió:—¡Comenzó la guerra!
Jane conocía a los recién llegados y hubo ruidosas exclamaciones de sorpresa y placer. Hizo un breve resumen de su vida, durante los últimos dos años, pero no mencionó el aborto y se esforzó por parecer alegre y feliz.
Una hora después la habitación estaba llena, el ambiente estaba cargado por el humo y animado por las voces y la música. Jane circulaba con alimentos y bebidas, sonreía, charlaba. Había repetido varias veces lo mismo y su charla tenía una brillantez que disfrazaba las verdades ocultas. Las personas preguntaban lo mismo y aceptaban las mismas respuestas. Todo comenzaba a sonar tan bien, que ella misma lo creyó.
Entró a la pequeña cocina en busca de nuevas provisiones y hurgaba en un armario con la cabeza en el interior, cuando unas manos le rodearon la cintura y la hicieron gritar.
—¡Te pesqué! —dijo una voz tan familiar que el corazón le dio un vuelco.
Se volvió con los ojos abiertos de par en par, riendo.
—¡Tom!
—Rata asquerosa —le dijo con su voz de pato y le apretó la cintura con las manos.
—¡Tom! —volvía a repetir y no encontró nada más que decir porque su expresión de alegría no precisaba palabras. Ver a Alexa fue maravilloso, pero a pesar de que ella y Alexa se llevaban muy bien, Tom había sido su amigo más íntimo y su aliado en todas las ocasiones.
—¿Te casarías con Freddie, verdad? —le preguntó y ella le miró asombrada, pero luego rió, porque recordó que era un fragmento de Pigmalion—. Planeaba volar de regreso de Estados Unidos y cometer un silencioso asesinato, pero decidí sonreír y aguantarme si a quien realmente querías era a Christopher Evans.
—Llegaste a la cima, Tom —dijo felicitándolo.
—A la cima del mundo, ¡bah! —dijo con ligereza. Pasaron muchas veladas en el National Film Theatre viendo viejas películas y comiendo palomitas y cacahuetes. Chris jamás hubiera resistido ver el tipo de cintas que a ella y Tom le gustaban. A él, le gustaban las cosas intelectuales, Chejov, Ibsen. Eso le recordó algo y miró a Tom.
—Diste mucho que hablar con tu actuación en «Un mes en el campo».
—Alabanzas —dijo de buen humor—. Me encantan.
—Siempre te gustaron.
—Como un baño de agua hirviendo.
Le sonrió con un peculiar gesto lleno de vida. Ella pensó que era una cara memorable: los huesos grandes y angulosos, el cabello castaño algo rizado desordenado con un estilo muy personal y atractivo, los ojos tan brillantes como vidrio azul debajo de las cómicas cejas y un poco espesas que hicieron inconfundible su rostro. Los caricaturistas las aprovechaban. Ahora eran su firma personal.
—¿Qué se siente al hacer una película? —e preguntó ella.
—Un aburrimiento terrible. Me puse a leer algunos libros. Esperas, esperas... Me dio tiempo de leer «Guerra y Paz».
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Celos que matan | Chris Evans
Romance¿Cómo era posible que la pasión compartida en los primeros meses de su matrimonio se convirtiera de pronto en un frío resentimiento? Poco tiempo después del matrimonio, Jane Lowell y Christopher Evans comenzaron a tener serios problemas. Tal vez nun...