Letter Nine

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Querido H:

Viernes a las seis de la tarde en el parque a tres cuadras de la escuela. Te espero sentada en alguna de las bancas que se encuentran allí. Tengo algo importante que decirte.

Te espero,
____________❞.

La carta más breve que la adolescente le envió fue esa, la que expresaba que todo acabaría pronto. No sólo el intercambio del que ellos eran parte, sino su amistad de hace años. Tom sabía que ella se enojaría con él, y eso lo entristeció aún más. Perder a su mejor amiga no constituía los objetivos de un plan que quisiera llevar a cabo, pero sentía que era hora de revelar todo.

Un sentimiento de vacío llenó su pecho y se expandió hasta lo más profundo de sus pulmones. Todo terminaría y él no podía hacer nada al respecto.

▧▧▧

Thomas se alistó en menos de cinco minutos y caminó hasta el lugar que habían acordado. Ella todavía no estaba allí, por lo que chequeó su reloj de muñeca y vio que todavía faltaba algo de tiempo. Llevaba un gorro de lana gris y la bufanda negra que la chica le había regalado. Había colocado en su cuello y detrás de sus orejas el perfume de flores que tanto le gustaba a su enamorada. De su hombro también colgaba una pequeña mochila.

Esperó ahí un par de minutos hasta que la vio a lo lejos. Ella estaba mirando a todos lados, buscando alguna persona que pareciera ser el anónimo. Y aunque el ruloso no quería que ella lo viera, era imposible que no lo hiciera, ya que eran los únicos que se encontraban allí. Hacía frío, el ambiente olía a humedad y la mayoría de la ciudad se encontraba cenando. Cuando sus miradas se encontraron, la chica sonrió y comenzó a caminar hacia él. Se paró del asiento y limpió sus manos sudorosas en su abrigo largo.

—Tom —dijo la chica cuando llegó a su lado, para luego besar su mejilla—. ¿Qué haces aquí?

—Ehh —titubeó él mientras buscaba alguna forma de salir de aquella situación—. ¿Qué haces tú aquí?

La chica frunció el ceño y se limitó a responder.

—Vine por H, sobre lo que te conté que iba a hacer —explicó—.

Él asintió y bajó su cabeza debido a la vergüenza que inundaba su rostro.

Pasaron unos minutos charlando —más bien era __________ la que hablaba, Holland se dedicaba a tragar saliva y responder con monosílabos—. Tom estaba demasiado nervioso y no sabía cómo decirle que estaba hablando con el anónimo en persona.

La chica miró a su derecha y a su izquierda, chequeó la hora en su teléfono e internamente decidió que iría a casa. Habían pasado treinta minutos de las seis, por lo que estaba oscureciendo. Se levantó de la banca y el chico imitó su acción. Ella lo abrazó fuerte durante unos segundos y él tardó en corresponder, pero al final lo hizo. Al unirse, ___________ escondió su rostro en el cuello del castaño. Pensó que todo era normal, hasta que olió aquella fragancia. Ese olor a margaritas tan característico de ella estaba en el cuello del muchacho. Se separaron al instante y ella miró su piel.

—¿Robaste mi perfume? —preguntó con el ceño fruncido. Él abrió sus ojos por la sorpresa de su pregunta—.

—No —respondió el ruloso—.

—Tienes olor a margaritas —añadió la chica con un tono de diversión en su voz. Una sonrisa invadió sus labios y, de no ser por la tensión de la situación, Tom se hubiese reído de la ternura que le causaba presenciar el rostro de la muchacha—. El señor se ha puesto elegante —ella movió sus hombros de arriba hacia abajo, alternando el izquierdo y el derecho—. Nunca usas perfume, ¿qué pasó hoy?

Luego de recriminarle de manera indirecta una explicación, notó la bufanda que él traía en el cuello. Su sonrisa se fue dispersando de su rostro a medida que el tiempo pasaba, porque había empezado aquellos comentarios como una broma, pero comenzaban a tomar un ángulo desconocido.

—No tienes bufandas negras, tienes una azul marino y otra roja. Esa es la que compraste en Estados Unidos, ¿no? —preguntó ella. Lo miró a los ojos, esperando por una explicación, y él abrió su boca para decir algo pero sólo la mantuvo así, sin emitir sonido. Tomó la muñeca de la chica con su mano y la sentó de nuevo en la madera con un movimiento leve—.

Thomas colocó sobre su regazo la mochila negra que traía consigo y abrió el cierre. Luego de varios segundos, dejó su mano dentro, pero tomó lo que deseaba encontrar allí dentro.

—Cierra los ojos —le dijo. Ella lo miró desconcertada—. Por favor.

__________ asintió y pegó sus párpados, ingresando en la solitaria oscuridad de su mente y sus pensamientos rodantes.

El chico dejó sobre la palma de las manos de ella la última carta que le daría. La chica se mantuvo serena hasta que él le indicó que podía mirar. Cuando sus ojos se centraron en aquel papel, dirigió su mirada al chico y al sobre varias veces, buscando alguna explicación que no fuera la verdad. Sus sentimientos eran confusos; se sentía aliviada por saber que el anónimo no era un desconocido, pero sintió miedo de lo que iba a pasar a continuación. Todavía no había aclarado lo que sentía por el ruloso y eso sólo hacía que su estómago se revolviera.

Ella había decidido que le diría a H que no quería seguir viéndolo para comenzar a ver a Tom, pero H resultó ser Tom, y no sabía si dejar de ver a Tom o seguir viéndolo.

Si eran la misma persona, ¿qué se suponía que debía hacer?

—Lo que siento por ti es algo que nunca había experimentado, por eso no tenía idea de cómo decírtelo —expresó Holland. Las palabras salían de su boca con naturalidad y presentía que no debía pensar dos veces lo que quería decir. Al ver la expresión facial de la chica frente a él, la simpleza de sus expresiones se esfumó, dejando en su lugar torpeza y vergüenza—. Lo siento, no debería haber hecho nada.

—Necesito tiempo —interrumpió ella—. Quiero pensar.

Él asintió y trató de sonreír para liberar algo de tensión en el ambiente. Ella se paró, tomó el sobre con su mano derecha y se marchó sin emitir sonido. Ambos pares de ojos se alejaron de la gratitud estable que habían podido divisar. Los dos llegaron a sus respectivas casas con minutos de diferencia, y no dejaron de pensar en toda la noche. La luz de la luna iluminó la habitación de __________ desde la ventana y la pared izquierda de Tom.


Esa semana les resultó muy dura. Él tenía sus razones, había sido casi rechazado por su mejor amiga. Ella se sentía dolida por ver al castaño con nuevas ojeras, y la culpa invadía su subconsciente.

𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄𝐑𝐒 - Tom HollandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora