XXV

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Esa noche, cuando se acuestan a dormir, Aziraphale besa la mejilla de Crowley en un despliegue de afecto algo inusual.

(No que el afecto lo fuera, sino la manera).

—¿Sucede algo? —inquiere Crowley, posando sus dedos en el brazo descubierto.

Aziraphale observa a su mejor amigo; observa su sonrojo, su cabello de un rojo rebelde, sus ojos ambarinos y su expresión preocupada.

—Para nada, Crowley —le responde con una sonrisa, y esta vez es ella quien acaricia su mejilla—. Acostémonos; tenemos un largo día mañana.

Crowley sonríe, y toma su mano para besar sus dedos.

—Por supuesto. Estoy seguro de que amarás este pueblito; es uno de mis preferidos, porque tienen el mejor...

... parfait de frutilla, completa en su mente. El mejor parfait de frutilla, sí, que él probó en un viaje y cuya receta obtuvo solo para preparárselo a Crowley.

No pensó, nunca, que podría estar celoso de sí mismo, de todas las cosas inimaginables desde que conociera a Crowley.

Pero eso no importa; no realmente, tras la decisión que ya ha tomado.

Esa noche, siente que podría clavarse un puñal a sí mismo y causarse menos dolor que el que supone apartarse del cuerpo lánguido de Crowley que lo busca en sueños.

Preparar su maleta en absoluto silencio.

Y huir, lejos de su mejor amigo, lejos de la persona que ama, y lejos de sus propias decisiones.

El castillo ambulante de CrowleyWhere stories live. Discover now