Crowley es comprensivo, oh, sí que lo es. Ya ha demostrado con creces que lo es.
Es comprensivo, sí, pero esto...
Esto es demasiado. Más que demasiado.
Aziraphale, quien ha pensado muerto desde hace año y medio, está aquí, ahora, parado frente a él con un delantal y las mejillas sonrosadas por el trabajo duro de cocinar para todos los invitados a la fiesta de reinauguración de su sombrerería.
La sombrerería que él pensó destruida, la sombrerería donde pensó que Aziraphale falleció.
—Necesito que me expliques —dice al fin Crowley, y poco le importa ya el volumen de su voz o las impresiones ajenas, porque esto debe resolverse ahora, antes de que pierda la cordura— qué demonios está pasando, Aziraphale.
Podría llorar ahora que ha vuelto a pronunciar su nombre. Podría, y ganas no le faltan, pero más que tristeza lo invade una profunda rabia y decepción.
Aziraphale agacha la cabeza y sus dedos parecen ser de particular interés para él, ahora, porque se niega a responder al instante.
Oh, pero eso no bastará, no para Crowley, quien lanza la copa de vino —que mágicamente retorna a una de las bandejas sobre las mesas— y, con esa misma mano, apresa la muñeca de Aziraphale.
—Quiero una explicación —insiste, y su sonrisa está llena de sentimientos que amenazan con sobrepasarlo segundo a segundo; decepción, esperanza, enojo, ira, terror, indignación, alegría...—. Y la quiero ahora, Aziraphale.
Por supuesto, el sombrerero levanta la vista entonces, y su mirada triste le asesta un puñetazo directo en el corazón.
¿Por qué me miras así?, querría preguntarle. ¿Por qué, en verdad, cuando fue él quien aparentemente fingió su muerte?
—No creo que eso sea una buena idea, Crowley —murmura finalmente Aziraphale, si bien no hace ningún intento por soltarse.
Eso duele incluso más. ¿Qué ha hecho para merecerse algo así?
—No me vengas con tonteríasss —sisea Crowley, revirtiendo a su uso exagerado de las eses debido a su nerviosismo—. No finjas que no pasó nada y ahora...
La repentina sensación de una de las manos de Aziraphale cubriendo sus dedos lo silencia, y oh, cómo odia que alguien tenga tanto poder sobre él.
Cómo odia que hayan pasado tantas cosas y, a la vez, eso no haya cambiado.
—Está bien, Crowley —acepta el sombrerero con un suspiro—. Te daré tu explicación mañana, ¿sí? Ven de vuelta y podemos sentarnos y charlar...
—No quiero —Las palabras se le escapan a Crowley antes de que decida articularlas de modo racional—. No quiero, no quiero darte tiempo para que... para que huyas o me inventes cosas. No quiero. Quiero la respuesta ahora, quiero todas las respuestas ahora y no voy a irme hasta que me las desss.
Aziraphale lo mira con profunda tristeza, y Crowley no entiende por qué debería ser algo triste, en lugar de una alegría inmensa, que dos amigos se reencuentren.
A menos que él haya hecho esto adrede, se dice. A menos que él haya querido apartarme de su vida, a menos que...
Excepto que Aziraphale no haría eso. No hubiera compartido tanto tiempo a su lado, años de amistad, si no hubiera querido. Y, definitivamente, no habría fingido incendiar su posesión más preciada para fingir su muerte, de entre todas las cosas.
Es por esto que Crowley sabe que debería frenarse, que debería tomar las riendas de su imaginación y medirse antes de saltar a conclusiones estúpidas causadas por un contexto que no alcanza a descifrar.
No obstante, es justamente por eso que se le hace tan apremiante la explicación de Aziraphale. Es por eso que necesita escuchar lo que su amigo tiene para decirle.
—Quiero escucharte —El tono de su voz es de súplica, y sabe que Aziraphale debe notarlo también—. Quiero saber qué ocurre. Y no es algo que pueda esperar, Aziraphale.
Crowley siente que su amigo aprieta su mano, ahora, y la sensación hace que su corazón palpite con fuerza en su pecho.
Tal y como lo hacen las siguientes palabras de Aziraphale:
—Espérame bajo el manzano, Crowley. Saldré junto a ti en unos minutos.
Si se tratase de otra persona, Crowley lo habría amenazado. Le habría dicho algo como «Tienes cinco minutos antes de que yo te arrastre afuera», mas esta persona es Aziraphale.
Su mejor amigo.
Así que traga saliva y asiente.
Y lo deja ir, porque de eso se trata la confianza que le tiene.
Aunque todo le diga que no debería confiar tan ciegamente.
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El castillo ambulante de Crowley
FanficHace mucho tiempo, en un pueblito de tejados pintorescos, había un sombrerero que adoraba tres cosas por encima de cualquier otra: los sombreros, un libro sobre un conejo de porcelana que no sabía amar y un hechicero, dueño de un castillo ambulante...