La oscuridad de aquella habitación solo se veía interrumpida por la luz de las pantallas encendidas de las computadoras. Hacía frio allí, pero no podía darse el lujo de dañar los equipos. Demasiada información guardaba en ellos, el trabajo de su vida.
Felipe estaba demasiado acostumbrado al ronroneo de sus máquinas, al sonido de las teclas y a los códigos binarios que aparecían en su pantalla. Sino fuese por su madre o por su hermano, podría decirse que esa era su única compañía. No conocía las calles nada más que de noche, aunque pocas eran las veces que salía, y si lo hacía, siempre debía ser con alguien. Los peligros de la ciudad eran tan grandes y desconocidos por él, que le daba miedo.
Sentado desde hacía varias horas en la misma posición, decidió que ya era tiempo de levantarse, sin embargo, cuando trató de hacerlo su cuerpo pareció quejarse.
—¡Auch! - susurró adolorido, al instante en el que trataba de desentumecerse
Se puso de pie y quitándose los anteojos, se frotó el nacimiento de sus cansados ojos, para terminar por abandonar sus lentes en el escritorio y dirigirse hacia la ventana que permanecía cerrada con la finalidad de que la contaminación no entrase en su hogar, como su madre le había advertido que lo haría. No quería enfermar; con su débil cuerpo sabía que le costaría mucho recuperarse.
La luna estaba llena esa noche y eso le encantaba. Lamentablemente, ya era hora de dormir. No podía pasar por alto su rutina o de seguro su madre se enojaría con él.
A pesar de la posible reprimenda abrió el vidrio y respiró el aire fresco. Se asfixiaba; se sentía morir cada día preso de esa rutina y de su enfermedad.
Luego de asegurarse de que la cortina estaba tan bien cerrada que no permitiría que el más ínfimo de los rayos del sol entrase, se dirigió hacia la cocina a revisar su heladera. Tenía hambre y su cabeza mantenía la esperanza de que todavía hubiese quedado allí uno de los chocolates que su hermano le traía a escondidas. Pero allí no había más nada que verduras, tofu y su complejo vitamínico.
Odiaba el sabor de esas cosas, estaba cansado de la "comida de cartón" como le llamaba Martin a todo lo que su madre preparaba. Sabía que ella se esforzaba por mantenerle bien, pero, a veces, todo aquello le agobiaba. Se había marchado de la casa de sus padres con la única finalidad de obtener algo de independencia. Sin embargo, era consciente de que esos deseos eran imposibles de conseguir para alguien como él.
Sintiéndose abatido, se dirigió a su habitación para tomar una ducha y ponerse su pijama. Al fin iría a dormir, a menos que intentase de resolver aquella ecuación que... no, mejor no.
Cerrando sus ojos se entregó a los brazos de Morfeo.
**
—Felipe.... Felipe, no corras vas a caerte- la joven mujer perseguía por los pasillos de su casa, al niño que travieso se escapó de entre sus brazos al jardín. Agobiada, soltó un suspiro cansado y se acomodó los rebeldes cabellos rubios que se escaparon de su peinado.
El niño reía y sus alegres carcajadas llenaban la casa. Buscaba a su hermano pequeño, que seguramente, se había escondido de él.
Le gustaban las tardes de verano, en esos momentos en el que el sol estaba tan alto en el cielo que quemaba su piel. No tenía miedo de los golpes de calor y a pesar de las advertencias de su madre, desobedeció y salió afuera.
—Martiiiiin, ¿Dónde te has metido?... ¡Vamos al rio, Martin! - llamó, insistentemente.
El más pequeño de los hermanos Altamira, salió de su escondite en los arbustos del jardín y corrió hasta sus brazos. Su pequeño cuerpo impactó contra el suyo y le hizo tambalearse.
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Engañados (EDICIÓN FINALIZADA)
RandomFelipe es un chico superdotado, con una extraña enfermedad que no le permite salir de su casa. Su vida le resulta completamente rutinaria y aburrida, hasta que una noche alguien irrumpe con violencia en su departamento. Diego es un joven guapo y car...