4.
Leighton.
El hecho de que en cuatro días exactos voy a cumplir un mes en rehabilitación, apesta.
Todo apesta.
Desde la ‘’comida’’ hasta las noches en las que se supone uno, debe dormir.
No estoy en un piso específico para anoréxicas o bulímicas, estoy en un piso psiquiátrico del hospital de California. Y es poco decir que la variedad de casos extraños que hay aquí, superan lo raro.
Desde chicas que hablan solas, hasta otras que únicamente se dedican a llorar todo el día. Chicas con sobrepeso y otras adictas a las drogas, algunas adictas a la auto-flagelación y otras afectadas psicológicamente por problemas en su infancia o adolescencia. Ningún caso menos importante que otro.
Aunque algunas son amables, otras son descuidadas y brutas, de tal manera que mientras me coloco en la fila de la comida (obligadamente) y supervisada por una enfermera, alguien jala mi cabello y me echa hacia atrás, mirándome despectivamente desde arriba (justo donde su altura se lo permite) y sonriéndome con dientes amarillos y opacados
—Lo siento princesita, pero las pequeñas, atrás —dice una grandulona de espalda ancha y ropa andrajosa. Su cabello oscuro y corto está recogido en una cola pajosa, mientras gira la cabeza hacia otro lado y espera su turno, uno después del primero.
Me quedo allí parada, apretando los dientes, mirando hacia todos lados, esperando que las enfermeras vean la situación. Pero están distraídas como siempre, retando, hablando o simplemente bobeando.
Excepto una, que se dirige justo hacia mí, negando levemente su cabeza. Es Alice, y aunque le toca supervisarme los martes y jueves, y solo hace el turno de la mañana y el mediodía los miércoles, sorpresivamente, hoy (viernes) está aquí.
—Marianne, me parece que lo que acabas de hacer es completamente injusto —dice, chasqueando su lengua con reprobación y mirándola mientras que con un cabeceo me señala
La chica de pelo asquerosamente raro se ríe en voz baja y cruza sus brazos en jarra
—¿Y debería importarme por que...?
—Por que ahora mismo te estoy enviando hacia atrás, última en la fila hasta que todas las muchachas hayan tomado su alimento y principalmente Leighton, quién necesita comer más que tú en este momento
Marianne rechina sus dientes y me encojo por que odio ese sonido y la sensación que me produce en el cuerpo
—¿Y que si no quiero? —Pregunta, alzando una gruesa ceja oscura hacia Alice.
La enferma se encoge de hombros restándole importancia —Me temo que deberé mandarte a tu habitación sin haber comido nada
Eso no parece suficiente para mí, lo cuál sería un placer y un honor para mi caso (por que eso es lo que quiero) pero al parecer funciona para Marianne, apretando sus puños y suspirando con fuerza, me empuja por el hombro cuando pasa y se dirige pisando fuerte de nuevo hacia el final de la fila. Alice la mira unos segundos y cuando cree que Marianne no se va a volver por mí o por alguna otra tonta chica, me mira
—No dejes que te asuste Leighton, y tampoco dejes que sepa que te asusta, si es que lo hace. Y si nadie ve lo que hace, o lo que otras puedan hacer, solo avisa ¿de acuerdo?
Asiento, tragando saliva. Y retomando mi antiguo lugar en la fila, sin ánimos de comer o esperar por comida, lo cual hace cinco semanas, me hubiera parecido ridículo.
—
Las charlas del grupo de ayuda me parecen completamente ridículas y aburridas. Preferiría una clase de historia antes que sentarme en las incomodas sillas de plástico resbaladizo y duro y escuchar sobre como todas las chicas de la sala cuentan sus problemas una y otra vez.
Las primeras dos semanas me quedé en una de las sillas de la parte oscura del círculo, justo donde el foco de forma rectangular no alcanza a dar con su brillo a las que preferimos mantenernos reservadas.
Pero el jueves, cuando ingreso un poco tarde por un chequeo de rutina, hay una silla desocupada solamente y está justo en la cabecera del círculo. Cierro fuertemente los ojos y me hecho hacia atrás, justo cuando América, la
Psicóloga del día se gira con una gran y ancha sonrisa y agita su brazo desesperadamente, obteniendo para mí las miradas de todas las chicas del grupo
—Ey Leighton, ven aquí, siéntate —Palmea el sitio junto a su silla (que parece mucho más cómoda que las nuestras) y me incita con una seña a caminar.
Medito un segundo la posibilidad de salir por la puerta y correr por el pasillo pero nada de eso parece correcto así que derrotada camino hacia el ‘’lugar’’ por que, vamos, no es cualquier lugar y finalmente, rodeando la silla, me siento.
—Bien, iniciaremos el círculo de la terapia y ayuda hoy, quiero que nuestro tema de hoy sea, el desencadenamiento de nuestros problemas. Planteen esta pregunta en su cabeza unos minutos y cuando el dedo de la elección tenga su turno, elegiré a alguna y obligatoriamente lo deberán explicar —América explica, mientras se hecha su hermoso cabello rubio hacia atrás y nos deja en completo silencio para el pensamiento.
Pero no tengo mucho que pensar, yo sé por que o quién estoy aquí. Se que esa cabellera rojiza no puede irse fácilmente lejos de mí, y se que esos apodos junto a su risa histérica jamás podrán ser acallados por nadie.
Aproximadamente quince minutos después, el dedo de América se levanta y gira por todo el circulo como cuatro veces (en vano) por que se detiene justo a un costado (su costado), justo en mi lugar y sonríe
—Leighton, es hora de hablar
Miradas de todo tipo se centran en mí, y aunque odio hablar frente a gente que no conozco y odio la idea de que sepan por que estoy aquí, carraspeo mi garganta
—Sufrí bullying en mi escuela, por mis gustos musicales y mi… peso —mis mejillas se encienden de un color rojo carmesí y bajo la cabeza mientras continúo la historia.
Todo el mundo en silencio completo, escuchando.