XXIX

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Juramos servir a nuestra señora hasta el fin de nuestros días.

A una voz, las nuevas cazadoras, se vuelven parte del selecto grupo de mujeres que luchan junto a mí. Arrodilladas, alzo mi mano para que se levanten y comienzan a celebrar de diversas formas. Algunas saltan, otras gritan y lloran, hasta hay quienes se mantienen en un respetuoso silencio.

Y luego está ella, mirando directamente hacia mí, una sonrisa en sus labios, misma sonrisa de orgullo que sé tengo yo. Helena tenía tanta razón, siento las lágrimas venir a mí al pensar que nunca podrá ver que estaba en lo correcto. Rosalie lo hizo, ahora no está indefensa ante cualquier ataque, sino que puede protegerse e incluso luchar mano a mano.

Cuando el ambiente se va relajando, aunque la excitación sigue rodeando a su pequeño grupo, cada una procede a tomar asiento en nuestro círculo de mesas, devorando con ansias el festín que les hemos preparado.

—Perdiste tu mente. —Ríe Ares, mirando al grupo de nuevas cazadoras disfrutando de su celebración.

—Está más que calificada para ser una cazadora, no empieces. —Lo detiene Apolo, quien se encuentra sentado entre ambos en esta ocasión, para evitar posibles rencillas que se han vuelto tan típicas entre ambos.

—No pongo en duda que sea una cazadora, sino que la vaya a hacer su primera al mando.

—Es mi decisión —respondo sin mirarlo.

—Pues adelante, que se rebelen en tu contra —señala—. Hay cazadoras que han estado junto a ti desde el inicio, las hermanas de Helena, por ejemplo. ¿Cómo crees que se sentirán si le das ese lugar a ella, sin que lo merezca? —cuestiona, y lo observo porque tiene un punto. Un muy buen punto, pese a que el idiota nunca sepa expresarse de forma correcta.

—Tiene razón, Artie —apoya mi gemelo, el punto neutro en nuestra discusión.

—Deberán acotar mi decisión, soy su señora.

—Ella no es una líder. No dentro de las cazadoras, ¡ni siquiera tiene experiencia! —Continúa con su punto de vista, sin respetar el mío incluso cuando soy yo la que tiene la última palabra.

—Ares... —reprende Apolo, sin embargo, sus siguientes palabras me demuestran que está de acuerdo con él—. No puedes dejar que el amor te ciegue, gemela.

—Quiero que esté a mi lado, peleando junto a mí, no en otro lado —confieso, luego de pensar un largo rato si decirles o no el motivo de mi decisión.

—Le dijiste que era libre...

—Y ahora la quieres anclar a tu lado.

—¡No es eso lo que busco hacer, Ares! ¡Por todos los dioses! —gruño en voz baja, mis dientes doliendo a causa de la presión que ejerzo sobre ellos—. Quiero protegerla. Si está a mi lado, estará a salvo.

—De esa forma la vas a ahogar. Entiendo que la ames, pero eso es demasiado, no es sano —señala Apolo, posicionando su mano sobre la mía.

—¿Acaso no entienden que tengo miedo? No puedo volver a perderla.

—¿Y por eso te estás comportando como una estúpida? —pregunta el dios de la guerra, burlesco.

—Sí —respondo con sarcasmo—. ¿Cuál es tu excusa?

—Sale de forma natural —dice mientras bebe de su vaso de vino o lo que sea, es alcohol y punto.

Lo observo con repugnancia en mis ojos, porque este no es el Ares que conozco y amo. Sé que lo que ocurrió con Zeus lo lastimó más de lo que le gustaría reconocer, pero no debería desquitarse conmigo si siempre lo he apoyado, en las buenas y en las malas.

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora