XXXI

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Soy una cobarde.

Encerrada en mi habitación pese a que hace horas estoy despierta, intento reunir la fuerza suficiente para conversar de una vez por todas con Artemisa. Las confesiones de Ares sólo me hicieron ver lo mucho que ella debe decirme, y lo mucho que debo confesar por mi parte.

No puedo estar molesta porque ella no me ha dicho toda la verdad, porque yo tampoco he sido 100 % sincera. Sería demasiado injusto de mi parte. La Rosalie que volvió a su periodo de juventud por culpa de la diosa dice que está bien sentirme molesta, pero la con mayor experiencia sabe que ese sentimiento sólo evitará que avancemos. Juntas, de ser posible.

Y si ayer tomé por fin una decisión, la de permitir que todo fluyera entre nosotras, dejando atrás el pasado para concentrarme en el presente. No puedo y no quiero darme por vencida, no con ella. Me niego a dejar que el plan de Ares resulte.

Porque sé que ese fue su plan desde el momento en que quiso hablar con Artemisa, conociendo de antemano que ser curiosa es mi peor debilidad, ya que fue algo que recalcaron varias veces durante mi entrenamiento.

Golpes en la puerta me sorprenden cuando voy a tomar la manija, así que la abro, encontrándome con una Artemisa igualmente sorprendida parada en el umbral.

—Necesitamos hablar —dice, y yo asiento, permitiéndole el acceso a mi habitación, pese a que todo esto le pertenece y ella es libre de pasar por sobre mí si lo desea.

—Espero no te molesten los cambios que hice en la habitación sin tu permiso.

—Para nada, me conforta saber que te has puesto cómoda en este lugar —dice observando cada detalle; desde las sábanas verdes de la cama, las pinturas colgadas en las paredes, las pequeñas plantas desperdigadas a su alrededor y el piano situado en la esquina, que es a lo que se acerca para apreciar más de cerca—. No sabía lo que Apolo había hecho por ti.

—Yo tampoco, aunque reconozco que debió ser evidente para mí. Antes de que... murieras, ni siquiera podía tocar una simple canción de cuna.

—Mucho de lo que dijo Ares no lo sabía, y debí saberlo. Es sólo que... hablar de ti con ellos me costaba mucho —susurra, sus manos paseando levemente por las teclas.

—Me pasó lo mismo... la música me ayudó más de lo que puedas imaginar, fue como un modo de catarsis. No sé qué habría pasado conmigo si no hubiese tenido ese escape, supongo que debo ir y agradecerle a tu gemelo —me sincero, avanzando unos pasos en su dirección, específicamente al instrumento.

Sentándome en la banquilla, pongo mis dedos sobre las teclas que tocó, y la canción que no ha dejado de rondar por mi cabeza, comienza a fluir por ellas, sin que pueda evitar tararear.

Hace años, escuché esta canción gracias a Pamela, la esposa de Gabriel y al traducir su letra, no pude dejar de pensar en la diosa que tengo a mis espaldas. Cada verso evocaba memorias que hace tiempo decidí mantener bajo llave. Me recuerda a ella, lo que tuvimos y perdimos.

Ella sólo me presta atención en silencio, observándome mientras dejo todo salir, algo que parece ser amor llenando sus ojos.

Lo que anhelo sea amor.

In my dreams, you're with me

(En mis sueños, estás conmigo)
We'll be everything I want us to be

(Seremos todo lo que quiero que seamos)
And from there, who knows?

(Y desde allí, ¿quién sabe?)
Maybe this will be the night

(Quizás esta sea la noche)
That we kiss for the first time

(En que nos besemos por primera vez)
Or is that just me and my imagination?

Alguien Que Amaste (Serie Más Humanos Que Dioses 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora