Cumplía diez años, y lo mejor que me podían regalar mis padres era una nueva mudanza, de todas las que ya habíamos hecho, además de un pequeño reproductor de música que llevaba en mi bolsillo, y lo usaba casi todo el día, a excepción de cuando se descargaba y lo tenía que dejar conectado por unas horas. Luego de eso, lo volvía a tener conmigo, ya sea funcionando o no.
Mi hermano estaba sentado a mi lado derecho, en el auto, yendo a nuestra nueva casa. Él debía ser el que tendría que estar más acostumbrado a estas migraciones, como yo las denomino, sin embargo, seguía con su ceño fruncido, demostrando lo enojado que estaba al tener que cambiar de vivienda y ciudad por millonésima vez. No lo culpo, a mí también me molesta, pero ya debería conocer los gustos y molestias exóticas de mamá y papá.
Le diría algo, aunque sé perfectamente que no querrá mirarme para interpretar mis señas.
Es así que llegamos al nuevo hogar —si es que se le podía llamar de esa forma— mientras escuchaba a través de mi reproductor.
Averigüé un poco sobre este pueblo antes de venir, no había nada relevante. Tiene la cantidad necesaria de habitantes para ser una ciudad, sin embargo era considerado un ámbito tranquilo. Leí que de aquí se generan varias leyendas acerca de seres extraños como hombres lobos, duendes y algunos más, pero sabemos perfectamente que no existen ¿Verdad?
Por fuera, todas las moradas en las que estuvimos fueron iguales, y según veo, no va a haber ninguna excepción, porque lo primero que observo a través del vidrio de la ventana del auto es algo idéntico a lo que dejamos atrás.
Paré la música y me bajé del auto, esperando a que mi mamá diera vueltas la llave, las veces que sean necesarias para poder abrir la puerta y así poder entrar, recorrer y elegir la habitación en la que estaría durmiendo por poco tiempo, seguramente.
Cocina más pequeña, comedor mediano, sala de estar más grande, pequeñas cosas diferían en cuanto al diseño anterior, de todas formas seguía siendo acogedor, o tal vez ya perdí el sentido de lo que es verdaderamente un hogar.
—¿Ya elegiste tu habitación?—mi papá habló a mis espaldas. Habían pasado un par de horas desde que llegamos, y veía desde la ventana como mi hermano ayudaba a mi mamá, subiendo las cosas. Ya estaban por terminar, y me reía de cómo Ray luchaba contra los colchones.
"Sí, me gusta ésta. Tiene vista a la calle"
—Entonces te quedas con ésta. Ya veremos qué le damos a Ray.
Pasó más tiempo y como todavía era de día, estábamos acomodando cada cosa en su lugar, incluidas las mías, cuando de repente, se escucha como dan tres golpeteos a la puerta; me hizo acordar que no me fijé si teníamos timbre o no.
Eran dos niños, uno más alto y otro más bajo, ambos tenían la ropa limpia y estaban bien peinados, o por lo menos uno de ellos. Se veían de mí misma edad, incluso más grandes.
—Buenas tardes—dijo el más alto.
—Bienvenidos—habló el otro.
Mamá los veía con ternura, y seguramente lo que proseguía era invitarlos y ver todo el desastre que conllevaba una mudanza, además del malhumor de mi hermano.
Para mi sorpresa, en lugar de invitarlos a pasar, hizo que dejara mis cosas y que vaya con ellos al jardín delantero.
A simple vista, no tenían nada de especial más que sus nombres, el alto se llamaba Nath y el bajo se llamaba Eden. Bastantes particulares a decir verdad.
—¿Cuál es tu nombre?— me preguntaron entonces. Tenían la misma cantidad de años que yo, y nunca en su vida habrán estado con alguien mudo, por eso, tuve que ir a buscar una libreta, o un papel para poder escribir y que me entendieran.