Capítulo XI

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Una hora después, Tom la llevó de regreso al apartamento de Alexa y la dejó después de darle un beso en la mejilla. Alexa estaba acurrucada en un sillón, cosiendo un cojín.

—¡Esto tendrá el color del lodo para cuando lo termine! Ya lo deshice seis veces, pero sigue mal —lo echó a un lado—. Ahora cuéntame. ¿Qué tal estuvo? —Jane se lo contó y Alexa sonrió—. Me imagino que Tom usó todas sus influencias.

—Eso no es ético —dijo Jane con sequedad.

—Pero muy común en nuestro mundo. Después de todo siempre ayuda tener una recomendación.

Jane se la quedó mirando fríamente.

—Todos esos hombres pensaron que era la «amiguita» de Tom.

—¿Y qué?

—No me gusta. No lo soy y no quiero que la gente piense otra cosa.

—No seas tan pesada. ¿No juramos que nos proporcionaríamos trabajo? ¿No harías lo mismo por Tom si pudieras?

Jane la miró indecisa.

—Sí —admitió porque sabía que lo haría.

—Entonces... No te preocupes tanto. Tom sabe lo que hace. A mí también me ha conseguido papeles en el pasado.

—¿De verdad? —Jane se animó.

—¡Por supuesto! Yo también le conseguí uno.

—¡No me digas!

—Las patas traseras de un caballo —sonrió Alexa y Jane rió.

—¡Eso fue cuando estábamos en la escuela! ¡Lo recuerdo como si fuera ayer, Alexa!

Los tres habían ido a trabajar en una pantomima en un pueblo al lado del mar. Jane hacía el papel de hada y ya entonces Tom le dijo que con el vestido de tul parecía tener doce años, pero que estaba muy atractiva y la besó antes de que ella le golpeara con un trapo mojado.

Alexa la estudiaba.

—Entonces no necesitaste ayuda para conseguir el papel. Le gustaste al director.

Jane se ruborizó.

—¡El tipo tenía más de cincuenta años y era calvo y gordo!

—De todas maneras le gustaste, querida. Tom quería romperle la nariz, pero temía que lo despidieran... Todos necesitábamos el dinero.

—¡Lo poco que había! —dijo Jane suspirando. Apenas sí cubría el costo de su alojamiento y durante el día temblaban alrededor de una estufa de gas, compartiendo el calor y la comida que consistía en una bolsa de patatas después de cada función.

—Tom me preocupa —le dijo a Alexa.

—¿Por qué?

—¿Sabías que no disfruta con plenitud el éxito que ha tenido?

—¿No? —Alexa no hizo ningún comentario pero Jane la conocía demasiado bien. No la vio sorprendida por lo que acababa de decir.

—Siempre mira hacia el pasado. Ahora que está en la cima, no está seguro de que eso sea lo que quería.

—¿No es así siempre la vida? ¿No nos desilusionamos todos y siempre nos lamentamos por algo que no tenemos? —Alexa sonrió con tristeza—. Se dice que es la condición humana... anhelar un paraíso que apenas sí recordamos, un sueño inalcanzable.

—Sí —dijo Jane pensativa—. Comienzo a pensar que eso es lo que andaba mal en mi matrimonio. No podía olvidarme de los sueños que tú, Tom y yo compartimos. Después de eso, la vida que Chris me ofrecía parecía llena de insatisfacciones.

Celos que matan | Chris EvansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora