Alas

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Alas

AU/Hurt-Comfort


El paisaje que se refleja por el cristal de aquella gigantesca ventana es lo primero que Jin Guangyao vislumbra al despertar. Su eterno hogar es un recinto níveo, clínico y cuadrado. Lo único que Jin Guangyao posee como consuelo, son los árboles verdes, la grama húmeda con el rocío de la mañana y el firmamento añil que siempre esboza sobre el horizonte un astro rey refulgente.

Ese paisaje es lo único que tiene color en su blanca vida llena de soledad.

Luego de aquel accidente que selló su destino para siempre, condenándolo a una silla de ruedas y a una atención completa, conduciéndolo a un estado de asquerosa dependencia, Jin Guangyao fue dejado por su padre en ese lugar abandonado por Dios. Sin embargo, piensa, podría estar en una peor situación. Podría ser pobre, desdichado, viviendo en la calle de las limosnas que la gente pudiera ofrecer.

De alguna forma, Jin Guangyao duda que aquella circunstancia sea peor de la que vive actualmente.

Ojos miel contemplan la distancia, perdiéndose en aquel paisaje que lo saluda. Jin Guangyao se imagina caminando, pudiendo ser capaz de sentir la grama bajo sus pies y la humedad hacerle cosquillas; se imagina respirando aire fresco, la brisa lamiéndole las mejillas; se imagina corriendo con el sol sobre él calentándole su frío corazón que parece que con nada halla consuelo. Jin Guangyao se imagina muchas cosas, pero la más importante: se imagina viviendo.

El reloj en la mesa de noche que está al costado derecho de la cama le anuncia que son las ocho y media de la mañana. Temprano para muchos, pero Jin Guangyao suele despertar a las seis de la mañana. Muy puntual. Sin embargo, el reloj repica dos tonos insistentes antes de apagarse y Jin Guangyao recuerda que, aparte del paisaje esbozado en la ventana, hay otra cosa por la que vale la pena seguir existiendo.

Y el motivo, pronto se esboza en la forma de un sonido rítmico: un golpeteo doble suena en la puerta. Su cabeza gira de la ventana a su derecha para posarla sobre la puerta blanca a su frente. Sin querer evitarlo, dibuja la primera sonrisa sincera del día.

—Adelante.

Al instante, la manilla de la puerta gira y esta se abre en un silencioso suspiro. La figura que se esboza en el umbral es lo que motiva a Jin Guangyao en la eterna búsqueda de su razón de ser.

Hermoso semblante níveo, ojos pardos casi cobrizos, cabellera azabache prolijamente corta, sonrisa suave, mirada lánguida: efigie estilizada. Todo lo que refleja el doctor Lan Xichen es lo que insta a Jin Guangyao a despertar cada mañana, recordarse que aún vale la pena seguir viviendo; aún vale la pena seguir respirando si con eso logra ver una vez más las amables expresiones de su doctor. Esas que sólo esboza para él, un chico demasiado joven cuyo futuro ha sido condenado, obligándolo a ser dependiente toda su vida a una silla de ruedas.

—A-Yao, qué bonito día hace afuera —es lo primero que Lan Xichen murmura cuando llega a su habitación—. ¿Deseas un paseo por el jardín?

Eso, es lo segundo.

Luego ingresa, comienza a moverlo todo: saca la silla de ruedas de su cubículo, prepara la manta que usará, incluso siendo tan casual como para sacar la ropa que se colocará ese día. Por lo general, es un interno quien se encarga de todo eso, pero por algún extraño motivo Lan Xichen se ha responsabilizado del caso que conlleva el cuidado de aquel joven llamado Jin Guangyao.

¿Será porque su padre es rico y aporta dinero al instituto clínico? ¿O porque así lo dicta la bondad de su esencia? No quiere dilucidarlo y romperse el corazón.

Fictober XiYaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora