Magia

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 — Vamos, cariño. Tienes que despertar... — Susurraba una suave voz. Era como si escuchara cantar a un ángel...

...

Lo primero que sentí al despertar fue la nevada de finales de diciembre, ese año parecía ser peor que el anterior. De pronto, una ráfaga de viento me hizo buscar refugio entre los harapos y pedazos de cartón en los que me encontraba acostado; la tos que tenía desde las primeras horas de la mañana parecía encontrar ese momento ideal para regresar. No me quedó de otra que abrazarme para entrar en calor; sabía que, si quería sobrevivir a la inmundicia de la sociedad, no podía permitir que algo tan sencillo tomara el control. Si eso sucedía, significaba el fin.

Pero todo aquello pareció perder importancia cuando una potente luz me cegó. Al volver a abrir los ojos, en lo único en lo que pensaba era en la hermosa sonrisa de la mujer que tenía frente a mí. Mientras la mujer se ponía en cuclillas para quedar a mi altura, vi que sacó, de la capa roja que la cubría, una mano y la acercó; instintivamente, levanté los brazos en señal de protección.

— Mi pobre niño... — Susurró mostrando el dolor que le causaba verme así. Y me abrazó.

Sorprendido por su reacción, la miré a los ojos y me di cuenta de que eran de un extraño color violeta. Y por extraño que parezca, aquella mirada era igual a la de mi madre cuando me cantaba para que pudiera dormirme; en esos extraños y familiares ojos veía el amor y la devoción de alguien sin maldad. En ese instante comprendí que ella no era como los demás, ella no iba a hacerme daño.

Y le devolví el abrazo. La calidez que su cuerpo desprendía me hizo temblar y traté de acercarse más a ella en busca de calor.

— Estás tan frío... Ven... — La mujer se soltó de mi abrazo y se puso de pie. Extendió su palma para ayudarme a ponerme de pie.

— D-Duele... — Tartamudeé al poner en movimiento mis entumecidas piernas. Apoyándome de su brazo, me puse en pie. — F-Frío...

Al ver que no la estaba pasando nada bien, ella se quitó su capa y me cubrió. Sin aquel trozo de tela, la figura de la mujer se perdió pues su vestido era tan blanco como la nieve; era algo irreal, con ese atuendo me pareció que frente a mi estaba un ángel. Reuniendo las pocas fuerzas que me quedaban, pregunté:

— ¿M-Moriré...?

— No si puedo evitarlo. — Respondió. Y no mentía, en sus ojos vi determinación.

En ese momento, otra ráfaga de viento meneo los largos y negros cabellos que adornaban su rostro; entonces comprendí ella debía estar pasando frío.

— U-Usted...

— Estoy bien, he puesto un encantamiento térmico. — Al comprender que no la entendía, continuó: — Hay magia en mi ropa. — Aquello me sorprendió.

¿Magia, en pleno siglo XXI?

Era un niño, pero no un tonto.

— Pero la magia no... — Ella levantó la mano silenciándome.

En una fracción de segundos, sus labios se movieron recitando palabras en un lenguaje que no conocía y un ramo de flores silvestres apareció en mis manos.

— ¿Ves? Magia.

«Un truco», pensé. Ella bufó, como si me hubiera escuchado.

«La magia no existe», quise pronunciar, pero no pude. ¿Mi garganta estaba tan mal?

Entonces ella volvió a pronunciar aquellas palabras raras; y entre halos de luz, miles de mariposas la rodearon. Repentinamente, las mariposas desaparecieron revelando a una pequeña niña de tez nívea; oscuros cabellos cortos y una capa igual a la que me abrigaba.

Noche mágica.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora