Capítulo cuatro

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La vida es una aventura.

Kubo.

Después de cenar, ambos muchachos agradecieron a Dionisia y corrieron escaleras arriba y se encerraron en la habitación del castaño. Kubo agradeció no haber volteado a ver a Leo durante el corto trayecto; ese par de ojos achocolatados lo ponían nervioso.

—Entonces —el novohispano se sentó en su cama, mientras el nipón se recostaba contra la pared—, explícame.

Kubo lamentó con toda su alma no haber planeado una mentira decente durante la cena.

Pero, ¿podrían culparlo? El pan de canela que le habían servido era hecho por los mismos dioses, ¡Y el chocolate caliente que lo acompañaba! La buena comida no solo enamora, sino que también emboba.

Tomó una bocanada de aire y dijo: —Vivo en Ciudad de México con mi abuelo. Llevábamos una vida normal hasta hace poco... Un evento muy extraño ocurrió, y para contrarrestarlo, necesito algo que se encuentra aquí. Si no lo encuentro, corro el riesgo de perder a mi abuelo- lo último le dolió con solo pensarlo.

Leo soltó los brazos y alzó una ceja.

—¿Y qué es lo que buscas?

Levantó la cabeza y vio como San Juan lo observaba sin expresión alguna. Quizá no le haya creído. O quizá sí. O quizá está tratando de analizar la situación.

—No es la gran cosa. De todos modos, ya lo encontré. Pero no sé cómo voy a volver a casa con él. Temo que se pueda perder...

—Sea lo que sea, debe ser muy importante, aun cuando dices que no es la huy que cosa.

—Sí...

La conversación en sí fue bastante incomoda. Kubo no quería decir nada más y se veía que Leo no sabía que preguntar. El nipón dijo lo que tenía que decir, sintiendo cada palabra como una katana atravesándolo. Se detestó con todo su ser por todo lo que dijo.

—Pues es muy urgente y todo, pero ni muerto saldrás de aquí ahora mismo —Leo soltó de la nada—. Ya anocheció, y nunca faltan los ladrones ni los realistas.

—¿Pero cómo voy a volver a mi hogar?

—Ya mañana pensaremos en algo. Por ahora, te recomiendo que duermas.

—Oye, no puedo retrasarme. Mi abuelo...

—Sé lo que es tener un familiar lejos de ti, Kubo —la voz de San Juan sonó firme—. Créeme que lo sé. Pero también sé que en plena guerra de independencia no podemos arriesgarnos. Llueven balas, y no creo quieras exponerte, ¿verdad?

Sopesó las palabras del castaño. Sabía que los mexicanos se encontraban en plena lucha. Ya se había topado con varios enfrentamientos entre insurgentes y realistas, y sin contar que estuvo presente en varios fusilamientos. Eran recuerdos oscuros que prefería ignorar.

Además, no sabía cómo demonios iba a llevarse a Leo.

—No. Creo que no.

—Bien. Te cedo mi cama y no acepto un no por respuesta —San Juan le ofreció una mano para ayudarlo a pararse.

—¿Y tú? ¿Dónde dormirás? —la agarró lentamente. No esperaba que el contario fuese tan amable y servicial hasta con un extraño como él.

—No te preocupes. Ahí me las arreglo —sonrió y le guiñó el ojo, haciendo que sus mejillas se calentaran lentamente—. Debo salir un momento. Tú relájate y duerme.

—Bien... Nos vemos después, Reo.

El mencionado asintió y salió de la habitación.

Kubo se descalzó y se sentó en la cama. La actitud seria pero a la vez amena de Leo lo había tomado por sorpresa. ¿Por qué el Charro Negro, un ser vil y malicioso, se había interesado en alguien como Leo? ¿Era porqué era su opuesto? ¿O había algo más que no conocía?

Lo Que El Charro Nos Dejó (Hiatus).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora