El guardián de los cielos de Yamato.

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 1.  Mazinger está listo para defender a la patria.

La llamada del megáfono resonó potente en todo el ámbito de la base, obligando a Koji Kabuto a abrir los ojos para salir del estado de meditación en que estaba inmerso; se encontraba dentro de un templo, cuyas paredes se encontraban totalmente cubiertas por nutridas hileras de monolitos de aspecto rectangular y condición resplandeciente que representaban a cada de uno de los cientos de jóvenes pilotos que ahora ya eran héroes por el hecho de haber inmolado su vida embistiendo cualquiera de aquellos gigantescos bombarderos cuatrimotores, que el infame general Curtis Le May enviaba a diario sobre las ciudades del archipiélago nipón con el avieso propósito de reducir a cenizas las ciudades y las vidas de los hombres, mujeres y niños que pasaban su existencia dentro de aquellas casas hechas de madera y papel construidas sobre las comarcas de la isla de Honshu.

A Koji no le cabía duda de que aquel hombre de raza caucásica era un verdadero demonio, como también lo eran los tipos que tripulaban esos formidables colosos de metal de morro acristalado y equipado con una docena de ametralladoras defensivas , cuyo fuselaje estaba decorado con los cuerpos de sonrientes y curvilíneas mujeres desnudas, que tenían la misión de arrojar cientos de bombas incendiarias sobre las ciudades y fábricas del Japón, partiendo desde las pistas de aterrizaje de Isley Field, allá en Saipán, antiguo territorio nipón ahora en manos estadounidenses.


De ese modo, tan inhumano y cruel, aquel demoniaco general de aviación pretendía aterrorizar y poner de hinojos al pueblo japonés, para hacerle padecer todos los horrores de la guerra en sus propias carnes, al igual que los soldados del Imperio que tenían la orden de luchar hasta dar su último aliento para desangrar al enemigo que se dedicaba a tomar por asalto las fortalezas insulares del perímetro defensivo concebido por el difunto almirante Yamamoto para proteger a su amado Japón del contraataque enemigo, y que se había ido reduciendo más y más conforme transcurría la guerra.

La situación realmente era desesperada, y ahora las mentes pensantes de la Fuerza Aérea del Ejército Imperial también consideraban que la estrategia de los ataques suicidas, preconizada por el gordo y corpulento almirante Onishi, era el único modo de frenar la abrumadora superioridad bélica del enemigo. Ya no se trataba de ganar la guerra, sino simplemente de prolongar la lucha para demostrarle a los yanquis que sería muy difícil vencer la voluntad de resistir de los soldados del Sol Naciente.


Koji recorrió con la mirada aquellas hileras de monolitos fúnebres, aunque resplandecientes homenajeándolos con su respetuoso silencio, era un hecho que todos esos jóvenes habían muerto para salvaguardar el trono del Tenno, el divino Hirohito, y el sagrado suelo de las islas patrias que, ahora más que nunca, corrían el riesgo de ser holladas por las botas de los soldados estadounidenses.Ellos estaban muertos, sus espíritus se habían dispersado "fragantes por los cielos de Yamato" como había escrito uno de esos valientes antes de estrellar su avión contra un bombardero estadounidense, y a pesar de todo el enemigo seguía oprimiendo con su maligno dogal la vida cotidiana de los japoneses que ahora miraban al cielo como la fuente de todas sus tribulaciones.


En efecto, el Japón estaba casi rodeado, pero no tenía la menor intención de rendirse, pues esto hubiera sido una carga insoportable para el orgullo de la nación. Afortunadamente, la desesperación no había nublado la visión de todas las mentes creativas del Imperio, y hubo quien pensó en una solución menos costosa en vidas humanas más efectiva, que las Fuerzas de Ataque Especiales, no eran la mejor respuesta al problema planteado por la desfavorable coyuntura bélica.

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⏰ Last updated: Jan 12, 2020 ⏰

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