Salí a caminar por la ciudad. La tarde caía entre la avenida y la plaza. La gente salía del trabajo, los chicos volvían del colegio y algunas parejas caminaban despreocupados de la mano. El sol se volvió naranja y entonces los vi.
Pequeños rayos de luz que se reflejaban en un charco; y sobre ellos, cientos de estelas de luz flotaban en el aire. Me detuve en seco, totalmente sorprendida por lo que veían mis ojos; y los cerré, meneé la cabeza y los volví a abrir para descubrir que no me habían engañado en lo absoluto. Aquellas pequeñas estelas danzaban con vivacidad; primero bajo el rayo de luz pero luego comenzaron a dispersarse y a acercarse hacia mí, y entonces puede verlas bien. Eran más que solo estelas de luz: eran diminutos seres alados, de orejas puntiagudas y rostros de rasgos delicados y hermosos; que me miraban alegres.
Miré a todos lados, ¿era yo la única que podía verlos? Las personas que paseaban cerca parecían no notarlos, como si no se encontraran danzando libremente por doquier. Uno de aquellos seres volaba frente mío como queriendo llamar la atención; cuando lo logró, se encamino hacia una dirección y todos los demás lo siguieron formando un rastro de energía resplandeciente y cautivadora. Supuse que querría que los siguiera, y no pude evitar hacerlo.
Esquivando a la gente que entorpecía mi paso, fui avanzando el camino que me marcaban los seres voladores tan rápido como pude, temía perderlos de vista. Cuando se desviaron hacia un callejón yo estaba tan absorta con su magia que no puede hacer otra cosa más que seguirlos, sin siquiera pensarlo.
Al adentrarme al callejón mis ojos no daban crédito a lo que veían: miles de aquellos pequeños voladores se encontraron dispersados por cada rincón; algunos volaban solos, otros se encontraban reunidos en grupos, pero todos dirigieron sus miradas hacia mi cuando me vieron allí de pie.
Me sentía confundida. De repente sentí unos débiles empujoncitos a mis espaldas; un grupo de ellos insistía para que yo avanzara. Cuando me hube encontrado donde ellos querían, me señalaron lo que deseaban: un grifo en la pared. Los miré con extrañeza. Algunos de ellos rodearon la llave y se esforzaron para abrirla, cuando no lo lograron se voltearon hacia mi y se encogieron de hombros en señal de rendición, y así supe lo que ellos querían.
Acerqué mi mano hacia la llave y ellos se alejaron, hice un esfuerzo por abrirla pero no cedió. Los pobrecillos se vieron desanimados, pero cuando lo volví a intentar nada ocurrió. El brillo que ellos despedían comenzó a debilitarse y aquello me entristeció enormemente.
Totalmente decidida y con ambas manos, hice un tercer intento y con un horrible chillido la llave comenzó a ceder. Con todas mis fuerzas hice girar la llave y esta finalmente se abrió dejando salir un potente chorro de agua. Entonces me vi rodeada por el casi enceguecedor brillo de miles de criaturas. Uniéndose como uno solo formaron un torbellino, y poco a poco se vieron sumergidos en el charco de agua que se formó bajo la llave. Para mi sorpresa no se ahogaron, sino que fueron desapareciendo a través de él.
Supuse que habían estado buscando quien los ayude, pero nadie mas que yo los había visto. Me pregunté que tenía de especial aquellas aguas, pero dudaba obtener la respuesta. Solo tuve la certeza de una cosa: la magia se encontraba donde menos lo esperaba.