~ Prólogo ~

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El orfanato Leonardo Almirez, según la mayoría de las personas que lo visitaban, era un lugar cálido y con ambiente hogareño

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El orfanato Leonardo Almirez, según la mayoría de las personas que lo visitaban, era un lugar cálido y con ambiente hogareño.

Las risas de los niños nunca faltaban en el lugar, los colores de sus paredes eran brillantes, la comida que se servía era deliciosa. En fin, era un sitio de ensueño.

La fachada de ladrillo rojo, junto con las amplias ventanas blancas y los árboles en los jardines le daba un toque de hogar. Los niños que habitaban aquel orfanato eran muy afortunados por tener un sitio que los acogiera y los tratara tan bien.

Estaba al mando de un hombre amable y generoso, devoto a las creencias religiosas, el que sí veía a un niño desamparado lo acogía de inmediato.

Todo allí era perfecto, nada faltaba, al menos esa era la opinión de los padres o familiares que dejaban a sus pequeños en aquel lugar cuando ya no podían cuidarlos o por demás circunstancias, pero los niños veían otra cosa y como ellos son los más nobles ignoraban los maltratos que en aquella casa les daban.

El hombre que lucía devoto a sus creencias era un ser despiadado y de mente cerrada, que imponía sus ideas a todo aquel que pensara diferente a él.

Era alto, de mirada grave y cejas gruesas.

Lastimosamente no había gota de amor en su corazón, por eso podemos decir que era un hombre malvado y sin alma, que veía a los niños como posible negocio para su beneficio.

Los castigos que imponía aquel hombre eran severos, tales como, dejar a los niños a la luz del sol por horas y horas, hacerles limpiar todo el orfanato con instrumentos de limpieza insípidos o correrlos del sitio.

Nuestra historia comienza una mañana tempestuosa, llena de viento y lluvia. El hombre severo, cuyo nombre era Elián Almirez, tomaba un tinto en aquella mañana de tan mala muerte. Anoche el hombre se había acostado tarde, como siempre hacía, ya que nunca podía dormir, tal vez era porque su conciencia se lo impedía.

El viento hacía que las ventanas rechinaran y los árboles se volvieran locos. El viento se llevaba todo a su paso. A no ser por el timbre de la puerta tal vez Elián habría perdido completamente la paciencia.

El hombre, al oír el timbre de la casona, se paró y lamentó que fuera demasiado temprano como para levantar a alguno de los niños a que acudiera al timbre.

Cuando abrió la puerta y vio quién era la persona parada enfrente de él, su corazón pegó un salto y empezó a latir como ya no lo hacía desde hace tantos años, a paso rápido y doloroso.

La persona que se encontraba frente a él era un viejo amigo devastado por la vida, llevaba de la mano a una niña. El hombre de la puerta, que se llamaba Enrique Villanueva, era de piel pálida, cabello negro y ojos color miel. La niña, llamada Vanessa Villanueva, era una copia exacta del hombre.

Elián no sabía qué hacer, hace años que no veía a Enrique. Empezó a notar como las mariposas en su estómago revivían, como las palmas de sus manos empezaban a sudar y como se quedaba mudo y sin nada que decir.

Se quedaron mirando por un largo rato. La mirada de Elián iba de Enrique a la pequeña y de la niña a Enrique. El director del orfanato se sentía traicionado de cierta forma. La persona que él más había querido había tenido una hija y él, después de tantos años, se daba cuenta en estos instantes.

— Ha pasado mucho tiempo, ¿no? — dijo Enrique, todavía en la puerta. El hombre tenía cierta sonrisa y el director del orfanato no sabía cómo interpretarla.

— Primero quiero saber qué haces aquí, Villanueva.

Enrique señaló a la niña y dijo:

— Ella es Vanessa, mi hija, su madre murió hace ya unos años y me he quedado sin dinero para mantenerla, no sabía que tú estuvieras a cargo del orfanato, pero me alegra, sé que estará muy bien en tus manos, Elián.

— ¿Qué te hace pensar eso?

— Recuerdo como cuidaste de mí cuando yo estaba enfermo y lo mucho que me apreciabas, he oído que la vida te cambió, pero enserio, necesito que la cuides bien mientras yo intento conseguir un trabajo.

Elián no sabía cómo mirar a su viejo amigo. No sabía qué hacer, si tratar bien a la niña y darle un sitio en su frío corazón o no hacer nada y dejar que la niña pasara hambre y frío.

Su corazón hizo algo raro en esos instantes, se volvió cálido y dispuesto. Siempre había creído en dar amor a todo el mundo por igual y demás cosas, esta vez lo pondría en práctica.

— La voy a cuidar con mi alma y corazón — dijo el hombre al que su corazón había desobedecido. — Intentaré que nunca pase hambre, estudios o sueño.

Enrique lo miró agradecido.

Elián se acercó a la niña y le pregunto:

— ¿Qué quisieras de comer?

Ella, un poco atemorizada se escondió atrás de su padre y hundió la cabeza en su abrigo.

Ambos hombres rieron y se miraron con cariño. Las cosas entre ellos habían terminado muy mal, pero ahora todo quedaba saldado. Las cuentas estaban pagadas ahora.

— Respóndele a Elián, Vanessa.

— Quisiera comer algo delicioso, por favor.

— Le avisaré a la cocinera y mandaré a levantar a todos los niños para que ellos puedan conocerte.

Desde el día en que volvió a ver su viejo amigo todo cambió en Elián. Se volvió una persona más respetuosa, alegre y amorosa.

Los niños se alegraron por ese cambio y lo aprendieron a querer. Todo marchó bien hasta muchos años después cuando Elián murió. Ese día todo el mundo en el orfanato, incluido Enrique, lloró.

Todo el mundo amaba a aquel hombre que había abierto su corazón al amor y que había vivido hasta sus últimos días como un ángel en la tierra.

Nuestra protagonista, Vanessa, quería demasiado a aquel hombre al que su padre había amado y con ayuda de sus amigos, Issac y Aleksander, amigos de ella de la escuela, emprendieron un viaje para repartir las cenizas de Elián.

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El dolor de amarte | ✔️ EFECTOS DE AMARTE 1#Donde viven las historias. Descúbrelo ahora